Tonina, en brazos de su madre en una fiesta. Foto: J.MOREY.

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«Nunca me había planteado la adopción ni el ser madre, vivía volcada en mi trabajo, que siempre ha sido muy vocacional, pero hace algo más de un año coincidieron una serie de circunstancias en mi vida y tuve una visión clara de que tenía que adoptar un niño, de que era mi asignatura pendiente». Así de categórica se expresa Josefina Sintes, responsable del Àrea de Serveis Socials del Consell de Mallorca, cuando se le pide que explique cómo ella y su marido tomaron la decisión de acudir, a través del Consell de Eivissa, a Rusia en busca de la adopción, gracias a la cual desde hace poco más de un mes disfrutan de la presencia en casa de Antonina, el nombre original de una preciosa niña de dos años «que nos ha cambiado la vida».

Aunque recela de hacer pública su vida privada y se toma estas declaraciones como una excepción, confiesa que la visión de que debía adoptar no fue la única, pues la misma sensación de certeza se apoderó de ella «en el preciso instante en que conocí a Tonina, supe en ese momento que era ya mi hija y de que yo era su madre, fue un momento de una profunda intimidad para los tres y de ser una pareja pasamos a ser una familia». «Nunca he creído en lo esotérico, pero, de verdad, creo que todo aquello estaba predestinado», afirma.

«Habíamos pedido un niño o una niña de entre 3 y 5 años, porque pensábamos que si ya tenía cierta autonomía nos resultaría más fácil adaptarnos, pero nos ofrecieron una niña de 2 años», recuerda Sintes. «La primera vez la vi en una sala de aquel orfanato tan triste me quedé helada, me pareció un bebé caminando, de lo pequeñita que era, pesaba 7'8 kilos y medía 72 centímetros. La tomé en mis brazos y ella se dejó abrazar, empecé a llorar y entonces lo supe». Entre las decenas de anécdotas que ya pueden contar de la niña, Sintes recuerda con especial emoción las vividas en Rusia.

Por ejemplo, cuenta lo mucho que se sorprendieron cuando, tras despedirse de la niña la primera vez que viajaron a este país, Tonina les devolvió los dos peluches que le habían regalado y su extrañeza fue mayúscula cuando le hicieron entender que eran para ella. Conseguir finalmente a la niña costó semanas «de una tremenda ansiedad», pero finalmente lograron traérsela para Mallorca. «Al sacarla del orfanato nos marchamos al hotel porque esa noche partíamos de allí -cuenta-, y al salir del hotel ya con las maletas y meternos en el taxi empezó a llorar amargamente y se agarró a mi cuello, no sabíamos qué le pasaba, sólo al llegar a la estación y ver el tren se tranquilizó».

Sintes reconoce que los primeros días en su nuevo hogar se comportaba de una forma impropia de una niña de dos años, «al meterla en la cama, juntaba las palmas de las manos a la altura del pecho y se dormía, sin ninguna queja. Por supuesto esta actitud cambió pronto y empezó a no querer irse a la cama, hasta que poco a poco hemos ido encontrando el método para lograrlo, una especie de ritual por el que se despide, uno a uno, de todos sus muñecos».