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JUAN MIGUEL LÓPEZ Dentro de las costumbres ancestrales no recogidas en manuales ni libros de historia, la propina ha sido una tradición que ha perdurado, probablemente, desde los albores de la historia. A buen seguro que los patricios romanos ya ofrecían pequeñas monedas con la efigie de Julio César a sus empleados más afines y queridos. Tras superar siglos de conflictividad social, económica y política, la propina, convertida en nuestros días en el popular bote, ha visto cómo la simple llegada de una moneda común a una gran parte de los europeos ha mermado y reducido en poco tiempo la cuantía y el número de este ocasional sobresueldo de muchos profesionales. Y es que, en menos de quince días, el euro se ha convertido en uno de los mayores enemigos del tradicional bote.

Las razones de esta más que sensible merma: el desconcierto monetario que millones de europeos han sufrido desde que la nueva divisa común ha entrado en vigor el pasado uno de enero. Un desconocimiento, como así reconocen muchísimos profesionales, que ha provocado situaciones curiosas y anécdotas en torno al cambio de moneda y a las propinas.

Los ejemplos se viven diariamente en las calles. «El pasado día dos o tres de enero atendí a un cliente habitual. Este caballero, que es un gran señor que siempre me suele dejar bastante propina, se quedó por unos instantes pensativo con unas monedas en las manos. Tras pensárselo bien me dijo con la cara roja de vergüenza que no pensaba darme nada de propina porque no sabía cuánto dinero en euros tenía en las manos y no quería darme una fortuna», narra María, una empleada de gasolinera que habitualmente solía obtener un «pequeñito» sobresueldo con las propinas.

Sentados en torno a la barra del Bar España, muchos clientes de este popular local del centro de Palma asienten y corroboran las palabras que Toni, el camarero de bar, relata. «Al principio los clientes no dejaban nada para el bote. Pero es normal, la gente no tiene ni idea de las monedas del euro, de los céntimos y demás. Pero creo que todo eso va a ir cambiando en poco tiempo. La gente vuelve a dejar propinas en el bote poco a poco», concluye.

Entre la gente de la calle, el sentimiento es el contrario. «¡Hombre!, en todos los sitios a los que va uno, quieren que les dejes propina, pero es que con el euro no sabes si dar una moneda de un céntimo, una de cincuenta céntimos o una de dos euros, tienes que quedarte pensando y al final no das nada», comenta Josep, un jubilado que comprende el lamento de quienes reciben menos propina, pero que justifica a los consumidores.

«Lo peor es que los turistas alemanes conocen bien el euro y no van a tener problemas como antes con la peseta. Porque como no sabían lo que dejaban, en ocasiones, me daban hasta billetes de 2.000 pesetas de propina», afirma Jaume, recepcionista de hotel. «Además, antes una buena propina era un billete de mil pesetas. Pero ahora como el billete más parecido es el de cinco euros, que son poco más de 800 pesetas, sales perdiendo», sentencia.