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Los argentinos están aprendiendo a «pesificar», lo cual no es una buena noticia, puesto que «pesificar» significa transformar, según parece en un largo periodo de tiempo, el dólar en peso, puesto que la promesa que hizo hace veinte días ante la Asamblea Legislativa el presidente Eduardo Duhalde de que «el que depositó en dólares recibirá dólares», no se cumplirá, al menos a medio"largo plazo, dado que los técnicos en economía de su Gobierno ya se han puesto a pesificar los dólares de las cuentas de los ciudadanos "a partir de ayer el 1'4 pesos serán un dólar" con el agravante de que, incluso pesificado "explicaba el diario 'Ambito financiero'" tampoco se podrá extraer a gusto del propietario de la cuenta el dinero que se quiera ya que, de hacerlo, se dispararía la inflación.

Claro que todo eso le debe de importar un 'bledo' a la buena de Damiana Tugores, de Felanitx, residente en la bella localidad de San Pedro, con sus casitas por entre cuyos tejados sobresalen tan sólo media docena de edificios de tres o cuatro pisos, además de los campanarios de las iglesias, situada a unos 150 kilómetros de Buenos Aires, a donde han ido a parar casi todos los felanitxers que viajaron a Argentina buscando fortuna desde finales del siglo XIX.

«Hemos sido tantos "nos contaba Pedro Bartolomé Bordoy Vicens" que ambas ciudades están hermanadas desde mediados del 75», de lo cual ha quedado constancia en una placa incrustada en la pared del Ayuntamiento, cerca de la ventana del despacho del intendente, que es como en estos pagos se denomina al alcalde. Y es que a la buena de Damiana, casada con un argentino llamado Garibaldi, madre y abuela, no le queda nada habiendo poseído hasta no hace mucho tres pisos, una casa en una quinta, una planta baja y un garaje. Y «no hace mucho» es a partir de que Carlos Ménem se hiciera con el poder.

Damiana nos ha invitado a subir a su casa, y en compañía de su marido nos ha estado contando la cruz del emigrante. Su cruz: de poseer mucho a quedarse sin nada. Y no por una mala partida. Para colmo de desdichas, una de sus hijas, casada y a punto de terminar la carrera de abogado, se ha separado sin que su marido le pase la más mínima pensión, teniéndose que buscar la vida y, por el momento, olvidarse de los estudios que veremos cuándo los retoma. A Damiana se le inundan los ojos de lágrimas y muerde con rabia el pañuelo. Es la impotencia de no poder hacer nada para encontrar un remedio a la situación.