Alguien escribió en cierta ocasión, hace ya casi doscientos años,
que al mirar hacia el pasado lo primero que vemos son sólo ruinas.
Hoy en día quizás podríamos añadir que, además de ruinas, también
suele ser habitual el que podamos ver todo tipo de escombros.
Escombros como los que, por ejemplo, se pueden observar estos días
en gran parte del antiguo espacio conocido como «barrio chino» de
Palma, denominación que abarcaba las calles comprendidas entre
Socors, Ballester y Ferreria.
La desaparición del «barrio chino» se enmarca dentro de un
proyecto de rehabilitación de la zona algo más amplio, que abarca
parte del casco antiguo, y que es denominado «proyecto de
rehabilitación de sa Gerreria». En una de sus calles más
emblemáticas, Estacada, continúan los trabajos de arqueología y de
derribo que se iniciaron en febrero pasado. Hoy es viernes por la
mañana. El sol luce con fuerza, después de varios días de lluvia, y
la luminosidad del solar en el que están trabajando los operarios
contrasta con la oscuridad que reina, por ejemplo, en el interior
del bar Kentucky, hoy abandonado, como tantos otros. Oscuridad
quizás no tan distinta de la que debió reinar en su interior
décadas atrás, en su época de mayor esplendor, cuando competía con
el bar Hollywood y otros.
En la polvorienta barra del Kentucky, que recuerda a la de un
fantasmal saloon de algún pueblo abandonado de una película del
Oeste, hay varias botellas de whisky vacías, llenas de ácaros,
telarañas y desolación. Vemos una de Vat 69 y otra de Passport
Scotch. Y en el exterior del local, un cartel ahora ya casi sin
sentido: «Se alquila». En la calle Ferreria hay esta mañana cuatro
prostitutas, dos de ellas de color. Ninguna de ellas quiere hablar,
aunque, seguramente, tendrían mucho qué decir sobre la
intrahistoria de este barrio. En el solar de la calle Estacada
están hablando Joan y Pedro Bauçà. No se conocían hasta esta
mañana. Están compartiendo recuerdos. Joan vivía en la Porta de
Sant Antoni, en el número 24. Le parece muy bien que se derribe
todo. «Allí donde vivía yo había una gran humedad», dice. Ahora
reside en un piso de alquiler en sa Calatrava. «No havia estat tan
bé mai» añade. Joan ya está jubilado. Nació en 1930.
Diez años antes, en 1920, murió la madre de Pedro Bauçà, nacido
en 1911. «El año en que murió mi madre nos fuimos de la barriada»,
comenta. Aún recuerda el alquiler que pagaban en aquel entonces: 9
pesetas. Al cambio, 0'05 euros. Tomeu Melis vivió muchos años
frente al Cuartel de Intendencia, en la calle Socors. Curiosamente,
dicho cuartel será también rehabilitado, en este caso gracias a la
ecotasa, y pasará a ser un centro de exposiciones internacionales.
«A mí no me han expropiado», señala. Cincuenta de sus sesenta y
cinco años los ha vivido en el casco antiguo de Palma. «Me parece
muy bien que lo arreglen, esto era un nido de ratas», afirma.
Miquel Juan trabaja en uno de los comercios más populares de la
zona, Eléctrica Ibero Americana, creada por su padre. «Ahora había
aquí una degradación total y absoluta. Veremos cómo queda el barrio
una vez reformado. De momento, es una incógnita», indica, y
recuerda los años de crisis vividos. En la plaza Mercadal, el local
de la antigua Granja Suiza se ha reconvertido en una carpintería.
Las horchatas y los quartos de décadas atrás han dejado paso a la
madera y al serrín. Pau Montserrat y Pedro Vives trabajan ahora
juntos, pero, curiosamente, décadas atrás eran competencia. Bueno,
lo eran sus abuelos, cada uno con una carpintería propia, fundadas
en 1938 y 1940, respectivamente, una en Estacada y otra en
Ferreria. Ambas fueron expropiadas. Pedro nos muestra una vieja
foto en la que aparecen su abuelo y su padre. «Hemos tenido la
suerte de encontrar este local y aquí nos quedaremos hasta que nos
jubilemos», dice Pedro, y añade con orgullo: «Tuvimos muy buenos
maestros, nuestros padres, que eran muy buenos artesanos».
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