Vicente Ferrer celebra este año el cincuenta aniversario de su
llegada a la India, pero asegura que «es sólo el principio, la
primera fase a la que le seguirá una segunda de otros tantos años»,
porque en la India «no se pueden hacer cosas pequeñas». El balance
que realiza de estos 50 años de trabajo en el distrito de Anantapur
(al sur de la India), un tiempo que él prefiere contabilizar como
«mil lunas», «no puede ser más que positivo, porque de cero no se
puede ir más abajo y nosotros empezamos desde la nada».
Habla en plural porque no puede desmarcarse de su mujer y
compañera durante los últimos treinta años, Ana Perry, o como ella
prefiere Ana Ferrer, «esa gran mujer que dicen que siempre hay al
lado -y no detrás, corrige élde todo gran hombre». Ferrer y la
Fundación que lleva su nombre han desarrollado sobre todo «una
labor útil y efectiva» en favor de los más desfavorecidos, de la
casta de los intocables o dálits, de las mujeres y de los
discapacitados. No le gusta que se considere a la Fundación como
una organización, «porque somos parte del pueblo». Comenta que «se
tarda tiempo en llegar a ser uno más entre la gente del pueblo, y
desde ahí contribuir a transformar la condición de los pobres».
Recuerda que «cuando llegamos a la India fue con la firma
decisión de quedarnos, era para siempre» y aunque los primeros años
no fueron fáciles, en 1968 algunos sectores influyentes del país
asiático logran su expulsión, pero las protestas populares,
amparadas por la propia Indira Gandhi, determinan que su regreso
sea definitivo. Ahora, a sus 82 años, puede afirmar con orgullo que
«nuestra influencia entre la gente con la que vivimos es grande,
les da una gran sentido de la seguridad». Ana reconoce que «hace
veinte años nos preguntaban qué iba a quedar después de Vicente,
pero hace una década que ya nadie nos hace esta pregunta, porque
saben que quedamos muchos, queda la Fundación, quedo yo y nuestro
hijo, nacido hace 29 años en Anantapur y que el mes que viene
espera su primer hijo, fruto de su matrimonio con una chica
india».
De entre todo lo logrado, ambos destacan su labor con los
intocables, de los que hace unos años no se escolarizaba ni el 3%,
«y ahora, en cambio, tenemos 1.500 escuelas, a las que asisten más
de 150.000 alumnos y 200 maestros de la misma casta». Igual emoción
les causa hablar del proyecto que, gracias al Govern y al Fons
Mallorquí de Solidaritat, ha permitido abrir talleres en los que 60
chicas discapacitadas realizan bordados y objetos varios «con lo
que han pasado de no salir de su casa a llevar un sueldo a
ésta».
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