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Teatro y políticos Fernando Soto es autor teatral. En su haber tendrá unas doce obras, algunas representadas, como Democtaria plena y otras adaptadas, como el Agnus Dei que Xesc Forteza, «para mí, el mejor», convirtió en Me n'afluix per no triar. Pero como el teatro no da para vivir, Fernando, durante 19 años, ha estado como encargado del bar del Teatre Principal de Palma, sin duda el mejor punto de observación para evaluar cómo va el teatro en la Isla, en su opinión, «muy mal», pues bastaba ver la gente que se acercaba a su mostrador a tomarse algo las noches que había función, «en algunas de las cuales, sobre todo en los últimos tiempos, cuando lo controlaba el Pacte de Progrés, no más de tres o cuatro personas».

Hablo con Fernando en Llepadits, a la vera de Cort, que es donde trabaja desde que cerraron el Teatre. «Allí estuve con UM, seguí con el PP y terminé con el Pacte, y el teatro fue cada vez de mal en peor, especialmente en esta última etapa, en la que apenas acudía público, ni siquiera invitándolo. ¿Por qué? Mire. Nuestra sociedad es plural, sin embargo, en los últimos cuatro años no recuerdo que se diera ninguna obra en castellano, con lo cual se dejaba de lado a un público que solía llenar la platea. Y si no, echemos mano de los números: comparemos los números del teatro, por ejemplo, de Pedro Osinaga, o de las compañías que últimamente actuaron allí. Sólo Xesc Forteza fue capaz de atraer público. En cambio, otras obras, a las que han traído a la gente, a los niños de los colegios, por ejemplo, por invitación, a los diez minutos los hemos visto entrar y salir, aburridos, porque la obra no les decía nada». Soto cree que mientras el teatro siga estando en manos de los políticos, sean de derecha, izquierda o nacionalistas, no tiene nada que hacer. «Mejor que se lo dejen a los técnicos, que ellos saben lo que el publico quiere».