Cuando apenas quedan diez días para la huelga general del 20 de
junio, los sindicatos plantean ya de forma definitiva la actitud
que adoptarán a lo largo de esa fecha. Si bien se muestran
dispuestos a respetar los servicios mínimos en áreas cruciales como
la sanidad o el transporte, también anuncian que cualquier servicio
relacionado con el turismo no será considerado relevante.
Una respuesta que nos remite a las escenas vergonzosas que se
multiplicaron en verano pasado con motivo de la huelga de
transportistas que convirtió los aeropuertos de Balears en un
campamento nómada propio del tercer mundo. Una imagen lamentable
que, de seguir así las cosas, podría repetirse ahora.
Es cierto que la infraestructura turística es privada y afecta a
ciudadanos que se encuentran de vacaciones, pero hay que tener en
cuenta que, en el caso de Balears, el turismo es la primera y
prácticamente única industria y que, como tal, debe considerarse de
elevadísima importancia. Tanto al menos como para meditar sobre la
necesidad de decretar unos servicios mínimos que garanticen una
aceptable normalidad en un sector primordial para todos.
En caso contrario, que será lo que probablemente ocurra,
volveremos a convertirnos en el ojo de un huracán cuyas
consecuencias serán difíciles de paliar. La pésima imagen en el
exterior, junto a los efectos del 11 de septiembre y el flojo
inicio de la temporada turística pueden formar un cóctel peligroso
para la economía balear.
Y la huelga se hace, suponemos, contra el Gobierno central y su
política de empleo, no contra los ciudadanos de estas Islas y su
principal medio de sustento. Si los líderes sindicales no lo
remedian, una vez más todos saldremos perdiendo.
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