Casado con una polaca judía y padre de dos hijos, Fuster estudia
los libros sagrados entre 12 y 14 horas diarias. No tratamos de
apuntarnos un tanto, pero debemos de reconocer que no todo el mundo
puede entrar en la bet midrah, o casa de estudios, de la yeshiva de
las Somayach Institutions, o escuela superior de estudios de la
Torá, el libro de los libros (Génesis, Números, Levítico, Éxodo y
Deuteronomio, además de otros) en los que se fundamenta la religión
y la cultura del pueblo judío, algo a lo que pueden acceder solo
unos pocos, entre ellos José Fuster.
José Fuster es de Manacor, donde estudió primaria y bachiller
(también lo estudió en Artà) y Turismo en Palma, en la escuela de
Felipe Moreno. Vive en Jerusalén, donde estudia la Torá desde hace
cuatro años. Está casado con una judía polaca que le ha dado dos
hijos. José, a quien descubrimos junto con otros estudiosos en el
fondo de aquella enorme aula, o bet midrash, de blancas paredes
ocupadas por amplias estanterías y armarios de color marrón
repletos de libros, algunos manuscritos, se acerca a nosotros, nos
da la mano y nos pregunta cómo nos ha ido el viaje. Viste camisa
blanca, pantalón oscuro y del cinto caen las tsi tsit, o cintas con
hilos de colores blancos y azules en los que están escritos frases
del Deuteronomio, que ya hemos visto en otros judíos ortodoxos,
como Shlomo Simon, el esposo de Hana Canals.
Cubre su cabeza con la kipá, y yo la mía con un gorro que me ha
prestado Pere Bonnín que compró horas antes en el mercado, zona
musulmana, a un vendedor beduino, pues descubierto no puedo estar
en aquel «sancta sanctorum» presidido por un menora, el candelabro
dorado de siete brazos, equivalentes a los días de la semana, que
se encuentra tambien en todos los hogares israelitas. Y debo de
estar porque, si no, quién hace las fotos a José en su hábitat
cotidiano, entre sus libros y gente de cada dia.
José, para atendernos, ha tenido que abandonar el jevruta, o
estudio de párrafos de los libros sagrados que se hace entre dos,
cada uno defendiendo un punto de vista distinto, pues a través de
la discusión se llega más fácilmente al entendimiento (él,
concretamente, ese día, lo está haciendo con un judío panameño). En
lo que recoge los libros y ordena la mesa, observamos que, pese a
que la jevruta que practican casi todos en ese instante, incluso
algunos a viva voz, nadie molesta a nadie, sino que cada cual está
en lo suyo.
Al rato nos reunimos con Pere y los tres, a pie, nos dirigimos
hacia una pizzería próxima donde hacemos cuentas hablar durante una
hora, que es el tiempo del que dispone, «pues estamos en periodo de
exámenes y los estudios me tienen ocupado más de doce horas cada
día». Sentados en torno a una pequeña mesa, entre madres y niños
que están merendando, y algún que otro ortodoxo que luce coletas
que caen a ambos lados de su cara, José nos explica cómo y por qué
está allí, desde hace cuatro años, en vez de seguir en Mallorca,
trabajando en Turismo, que es para lo que estudió.
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