Tradicionalmente se admite que las crisis sociales y económicas
constituyen un terreno abonado para la implantación de dictaduras.
Un pueblo empobrecido y desorientado ante el malhacer político de
los civiles acostumbra, en efecto, a «llamar» a los militares para
que le saquen las castañas del fuego. Algo que se ha venido
cumpliendo casi inexorablemente en Latinoamérica por espacio de más
de un siglo. Pero la vieja teoría podría estar empezando a perder
sentido.
Unas encuestas financiadas parcialmente por Naciones Unidas "el
Latinobarómetro", que durante más de un lustro llevan probando su
fiabilidad, establecen ahora que los latinoamericanos optan por la
democracia como solución a sus problemas, descartando la clásica
solución militarista. En la práctica mayoría de los países del
continente latinoamericano, el ciudadano, pese a condenar el mal
funcionamiento de sus democracias, no cuestiona hoy por hoy los
cimientos del sistema democrático. Si los gobernantes no cumplen
con las expectativas previstas, se les sustituye por otros pero
siguiendo siempre los cauces democráticos. El poder para los
civiles democráticamente elegidos, en lugar de unos militares
autocráticamente instalados que, dicho sea de paso, no han
demostrado hacerlo mejor que los primeros.
Estamos, pues, ante unas encuestas alentadoras que hablan "la
última palabra la tendrán los hechos" de unas sociedades civiles
progresivamente más exigentes y que vuelven la espalda a soluciones
simplistas. Ello permite augurar un porvenir más claro, limpio de
populismos estériles y de ensordecedoras demagogias, para un gran
continente que viene mereciendo un mejor destino. Eso es lo que
todos deseamos y, de ser así, ya pueden ir tomando buena nota la
legión de politicastros corruptos y tan sólo levemente democráticos
que llevan durante demasiado tiempo instalados en un sistema en el
que finalmente no creen.
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