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PAU CAVALLER Libros, cuadernos, estuche, rotuladores y el imprescindible bocadillo, volvieron ayer a entrar aunque fuese a presión, en las mochilas. Sus sufridos portadores, pequeños protagonistas del día de ayer, afrontaron un día de vital importancia en la existencia de todo niño: la vuelta al cole. A las 8:45 se abren las puertas del colegio Jaume I y entramos al recinto entre la marabunta infantil que se dirige rauda y veloz a los listados de distribución de los alumnos. Los saludos entre colegas y las disputas por quién lleva la mochila más chula no se hacen esperar.

Justo antes de entrar en clase, hablamos con Nayla Fernández y Alana Irlés, alumnas de sexto de ESO que nos comentan: «Teníamos ganas de venir para ver a nuestros amigos. Lo que nos da mucha pereza es tener que empezar a hacer deberes». Posteriormente, nos dirigimos al colegio San Francisco de Palma. En el patio de los más pequeños (3 años), mientras unos están pendientes del tobogán, otros se dedican a lanzar a los cuatro vientos, la pregunta del millón: ¿Dónde está su mamá? Joana Romeu, profesora del centro, nos dice que «muchos se creen que no los vendrán a buscar.

Además se produce un efecto dominó porque parte de los que llegan contentos se acaban contagiando de los que lloran». Al acabar el patio, bajamos a clase. En un rincón cojines y una manta acolchada para descansar. Catín Arbona, la profesora, nos comenta que muchos se quedan ahí dormidos el primer día agotados tras tantos berrinches y nuevas emociones. La tarea del primer día es la de asignar a cada uno su sitio. Como no todos conocen los números, se les asigna un animalito que esta pegado en cada pupitre. Cuando dan las doce, los chicos que comen en sus casas abandonan el aula y se dirigen a los brazos de sus padres ansiosos por conocer cómo les ha ido a sus retoños.