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El presidente estadounidense, George Bush, acaba de obtener el apoyo de la Cámara de Representantes "falta el Senado" de su país para utilizar la fuerza contra Irak. Pero Bush se ha apresurado a explicar que «el respeto a las resoluciones de la ONU es la única opción que tiene el régimen iraquí», añadiendo que queda poco tiempo.

Así es. Desde Washington se arenga a los iraquíes a que se amolden rápidamente a las exigencias de la ONU, mientras otras resoluciones de ese mismo organismo caen en saco roto desde hace décadas, como las que afectan a Israel o al Sáhara, sin ir más lejos, provocando situaciones sangrantes que a nadie parecen importar.

Que se le exija a Sadam que se desarme es del todo lógico, siempre que la misma presión se ejerza sobre todos esos gobiernos nefastos y vergonzosos que pululan por ahí "¿Nigeria, con sus lapidaciones de mujeres, por ejemplo?" y que, a falta de intereses económicos que defender, se dejan abandonados de la mano de la Justicia.

Y todo esto cuando ya estaba previsto que el 15 de octubre entraran en Bagdad los inspectores de armamento que envía la ONU, labor entorpecida ahora por las pretensiones norteamericanas, al mismo tiempo que los líderes de Alemania y Francia se reúnen para tratar la situación, y mientras desde Moscú los «barones» rusos del petróleo empiezan a pensar en cómo repartirse el pastel del Golfo cuando se ponga punto final al régimen de Sadam.

Una situación explosiva "¿de preguerra?" en la que sólo faltaban las palabras del portavoz de la Casa Blanca invitando a los propios iraquíes a «acabar con Husein» aunque sea mediante el recurso al asesinato.