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Se admitió desde el principio que la entrada en circulación del euro aportaría una cohesión, cuando menos en lo económico, a una Unión Europea en cuyo seno primaban frecuentemente hasta entonces intereses nacionales. Transcurridos algo más de nueve meses, hay que reconocer que no se observan grandes avances al respecto. Y un ejemplo muy claro de lo antedicho lo tuvimos días atrás, cuando las autoridades francesas se permitieron pronunciarse en desacuerdo con lo establecido en el Pacto de Estabilidad que compromete a los Estados integrantes a eliminar, o reducir, el déficit público. Se había estipulado que el déficit público se reduciría a un ritmo anual del 0'5% del PIB a partir del año 2003.

Ahora, llegado el momento de poner en práctica medidas que condujeran a dicho objetivo, desde Francia ha llegado una propuesta tan poco comprometedora como la que expresa textualmente la frase empleada por el ministro de Finanzas francés: «Se hará lo que se pueda». Cierto que en la actual Unión Europea la política presupuestaria permanece bajo control de cada Estado, pero no lo es menos que Francia suscribió el Pacto de Estabilidad. Hechos como este ponen de relieve la escasa coordinación de las políticas económicas en la denominada zona euro. Los gobernantes franceses están en su derecho de opinar que existen otras prioridades antes de acometer la reducción de su déficit público, pero sorprende constatar que países con más problemas que aquellos con los que cuenta Francia, como Portugal o Italia, sí van a hacer un esfuerzo al que Francia se niega. Actitudes semejantes no hacen sino profundizar en el escepticismo que la opinión pública europea empieza a sentir ante los objetivos teóricos de la Unión.