Aunque estaba oscuro, llovía a mares y el viento parecía estar
rabioso, los madrugadores voluntarios de Baleares no estaban
dispuestos a que su segundo día de estancia en Camariñas fuera otra
jornada de ocio. Habían venido a trabajar y eso es lo que querían
hacer, y así fue.
Jaume y Bernat, los bomberos del aeropuerto de Palma quieren hacer
constar su presencia, que tendrá relevo semanal entre sus colegas
de Menorca y Eivissa. También Pedro y Martí, policías de Calvià
anuncian que están allí para sumar esfuerzos, lo mismo que
Santiago, Manuel, Kiko y Antonio Manuel, policías de Capdepera.
A las nueve y media de la mañana el majestuoso faro del cabo
Vilan era testigo imponente de la llegada de los baleares. Éstos, a
su vez, cuando se enfundaban el mono blanco y todo aquello que les
debía proteger también miraban, asombrados, el espectáculo de la
mar encabritada hasta tal punto que daba la sensación de que estaba
dispuesta a tragárselo todo, ayudada por el vendaval y por el
aguacero que no se decidía a permanecer.
En seguida, la tropa civil de voluntarios se puso a trabajar
entre las piedras y las rocas de la playa de Píes impregnadas de
brea. Se colocaron en zona de seguridad, porque no era cuestión de
que la gran resaca se los llevara mar adentro, de donde no hay
salida posible.
Pero desde el principio llama la atención la entrega de la
jovencísima Katerina, metida de lleno entre la espesura del fuel.
En su ímpetu parece no darse cuenta de que no lleva puestas las
gafas, ni tampoco la mascarilla. Lo primero podría ser importante,
si le entra brea en los ojos, como le ocurrió a una compañera, que
tampoco las usaba. Lo de la mascarilla no tiene tanta importancia,
pues de poco sirve ya que no es una mascarilla específica para esos
menesteres.
Pero a pesar de todo, el médico, Alfredo Cenarro, de Can Misses
de Eivissa, no tuvo que intervenir en toda la jornada. Sí lo hizo
el ATS, Pep Martínez, del Centre de s'Escorxador, para aliviar los
«vertidos» de fuel en los ojos de quienes no los llevaban
protegidos.
Lo cierto es que el grupo de trabajo hizo honor a su nombre,
pues sólo pararon para tomar un café, a las 13 horas, cuando el
tractor se llevaba los primeros 4.500 kilos de chapapote de la
primera jornada real de trabajo de los expedicionarios isleños.
Se trata de un trabajo difícil que no permite los espectaculares
resultados que conseguían los primeros mallorquines que en
diciembre estuvieron trabajando en el cabo de Touriñán, cuando la
llamada gran mancha permanecía en el lugar, mandándoles
continuamente petróleo en cantidad suficiente como para que de una
sola brazada se pudiera llenar un capazo. Aquí no. En Camariñas hay
que sacar la brea de entre las piedras y rascar las rocas. En
Touriñan la masiva entrada de petróleo permitía la épica. Era como
una especie de espectacular lucha sin ganadores. Aquí es necesario
tener paciencia porque para llenar los capazos se necesita más
tiempo y la operación carece de esa dinámica de la que hablan los
que estuvieron en Muxía en diciembre. Pero el mérito es idéntico,
porque de lo que se trata es de impedir que el fango venenoso
vuelva al agua, y eso es lo que están haciendo los voluntarios, que
siguen preguntando por qué tanta escasez de medios, el mismo día en
que el ministro Matas se ponía el chubasquero de voluntario para
salir en la foto mirando a unos empleados echando agua a presión,
pero en otro lugar de Galicia, porque Camariñas no sale en los
telediarios.
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