Oficialmente, Hasso tuvo cuatro mujeres, dos hijos biológicos,
Leo y Wilko, y uno adoptado, Alberto, de los cuales, dos -los dos
últimos- estuvieron anteayer en el entierro -Wilko acompañado de su
madre, Bárbara- y en el funeral, celebrado en Valldemossa. Ayer a
mediodía, en el negocio de rent a car que tiene Leo en Can
Pastilla, le reunimos con su hermano Wilko, que viajó desde San
Francisco (USA), donde trabaja como financiero, para asistir a las
exequias de su progenitor.
En vida, Hasso, por activa y por pasiva, contó que había
desheredado a Leo porque le había quitado a una de sus mujeres
casándose con ella, y a Wilko porque le había robado un coche que
luego quemó. «No es cierto -cuenta Leo-. Yo tenía una novia llamada
Carmen, quien, al terminar nuestras relaciones, conoció a mi padre
y se fue a vivir con él. Años después, cuando terminó con él, las
circunstancias hicieron que ella y yo nos volviéramos a encontrar y
nos casáramos. Aparte de adoptar a un hijo que tenía, tuvimos otro,
más otro de una filipina que mi padre me obligó también a
reconocer. Posteriormente me separé de Carmen. Por tanto, que quede
claro que jamás le quité a su mujer. Ésta vino cuando terminó con
él».
Por su parte, Wilko niega que le robara un coche y que luego lo
quemara. «En todo caso lo quemó él, como reconoció por escrito
tiempo después». Y es que Hasso era así. Si no tenía líos se los
buscaba. Tampoco la convivencia con él era fácil. «Pasaba de un
extremo a otro. De pronto te metía una bronca impresionante,
llamándote inútil o insultándote con cualquier palabrota -señala
Wilko- y al rato parecía que ni se acordaba. Y eso lo hacia antes,
viniendo a la oficina, y últimamente por teléfono. Con nosotros fue
intolerante y autoritario, de ahí que ninguno de sus hijos viviera
con él».
P.P.
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