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Le indiqué a «Primo Carnera»: «A la avenida Blasco Ibáñez, 84». Y «Primo Carnera», cuello de toro, cabeza rapada y unas espaldas cuyos extremos pugnaban por salir del coche por ambas puertas laterales, puso en marcha el taxi al tiempo que me daba a escoger el trayecto, aunque puse en él mi absoluta confianza. Y así fue cómo tomó un vial de la autovía casi vacío de vehículos desde el que veíamos el otro repleto y con parada casi total. Y ese triunfo estratégico le debió dar la confianza suficiente como para empezar a contarme, con todo lujo de pelos y señales, sus problemas con su novia, de la que se había separado hacía una semana, entre otras cosas porque las hijas de ella y sus novios eran unos sinvergüenzas. Además, él no quería que ella fuera a trabajar, porque él era el hombre y se bastaba para que ella viviera como una reina. Y también me habló de su esposa y de sus cuatro hijos, uno de ellos campeón de boxeo. De su esposa no se había separado judicialmente, porque él ya le advirtió lo que le esperaba si iba de abogados. Yo, todo el rato, le daba la razón a «Primo Carnera» y, de vez en cuando, exclamaba aquello de que «las mujeres son así», porque si decía otra cosa a lo mejor «Primo Carnera» no me llevaba a Blasco Ibáñez, 84. Pero me llevó, y eso me permitió descubrir, por 26 euros, la asombrosa transformación de la ciudad de Valencia. Lo que ocurre es que en ese número no estaba la Confederación Hidrográfica del Júcar. Así que llamo y me indican que es en el 48. Es lo mismo, pero al revés.

En el segundo piso me recibe la secretaria, toda una señora que me ofrece la prensa. No me extraña, porque sólo una secretaria eficiente sabe que si el presidente tiene una cita con un periodista, al periodista hay que tratarlo como si fuera una persona importante, y más si es el propio José María González Ortea el que sale poco después para darte la bienvenida y hacerte pasar al despacho y ponerse a tu disposición. Su despacho es grande y con una decoración muy discreta, sin grandes alardes, pero elegante. «Realmente no es éste mi lugar de trabajo -dice al tiempo que pasamos a la sala de juntas, en la que hay una larga mesa, pero no tanto como la que tenía Jaume Matas en el Ministerio-, aquí es donde me reúno con la gente, discutimos y planificamos». Allí mismo, frente a dos mapas, me explica cuál es el ámbito de su responsabilidad, que, de manera total o parcial, abarca cuatro comunidades autónomas (Aragón, Castilla-La Mancha, Catalunya y la Comunidad Valenciana), que acogen total o parcialmente las cuencas de los ríos que la confederación gestiona (Cenia, Servol, Mijares, Palancia, Turia, Júcar, Serpis, Girona, Algar, Amadorio, Monnegre y Vinalopó, con sus afluentes).

Para no perder tiempo, en el coche oficial nos dirigimos a la presa de Tous, de aciago recuerdo por la catástrofe de 1982, cuando la presa sucumbió a la avalancha de agua que repentinamente se le vino encima, con tan mala fortuna que en aquellos momentos el sistema de apertura de las compuertas estaba en avería. Durante el trayecto, explica con profusión de datos cuál es su trabajo y la función de la confederación que preside, que no es otra que algo tan importante como el abastecimiento de agua a los diversos sectores, como son el consumo humano, el agrícola y las hidroeléctricas, tratando de que cada uno vea satisfechas sus necesidades e interfiriendo lo menos posible en las de los demás. Pero esto no siempre resulta fácil y se crea más de un conflicto, especialmente en las mensuales reuniones de la Comisión de Desembalse, en las que se deliberan las distintas propuestas de vaciado y llenado de los acuíferos según las necesidades de agua en cada época. Dice González Ortea que «resulta más conflictivo cuando hay abundancia de agua, porque siempre hay quien recela de que otros puedan estar abusando. Cualquier cosa que tenga que ver con el agua hace saltar chispas. En cambio, en los meses secos todos suelen comprender las restricciones».

Hace poco más de cuatro meses que fue nombrado por el entonces ministro Jaume Matas, a pesar de que no se le conocía experiencia alguna en este campo. «Cuando Jaume me propuso para lo del cargo, algunos pensaron que se trataba de una especie de exilio dorado. Pero nada de eso, porque aquí el trabajo es intenso. Trabajo muchas noches porque tengo que estudiar propuestas y ponerme al día. Los fines de semana recorro los distintos lugares para que, cuando me hablen de cada caso, sepa a qué se refieren. Yo siempre había trabajado en lo de carreteras, y cuando me llamaron para ocupar el puesto de conseller, pensé que sería en Obres Públiques, es decir más de lo mismo, pero no, porque asumí Turisme. Y me gustó porque era algo en lo que nunca había trabajado y era un reto para mí. Y ahora ocurre lo mismo, pero mucho más porque, además de que nunca había trabajado en cuestiones hidrográficas, tampoco conocía la región, por la que sólo había estado de paso».

González Ortea piensa que el hecho de ser un novato en estos asuntos es positivo, «porque tu falta de experiencia te hace plantear muchas preguntas y reflexiones que tal vez no se hagan cuando uno está mucho tiempo en un mismo lugar. Cuando empezó lo de las autonomías, fuimos los funcionarios del Estado los que empezamos a ponerlo todo en marcha y fuimos de gran ayuda, porque había poca experiencia en la Administración. Luego entró nueva gente y la gestión se fue normalizando. Yo pasé muchos años en el viejo edificio de las avenidas y no me daba cuenta, porque aquello era una parte sustancial de mí mismo; que allí hacía falta una mano de pintura, y era la gente de fuera la que lo hacía ver. Ahora estamos modernizando las instalaciones y los sistemas del edificio de la confederación de modo que podamos poner al día todos los expedientes, porque ahora todo resulta muy farragoso y cuando pides cualquier cosa todo tarda mucho, y para que te llegue un documento antes pasa por una infinidad de manos».

Para el 2003, el presupuesto de la confederación es de 173.904.360 euros, lo que equivales a unos 29.000 millones de pesetas. Pero es que, además, José María González Ortea es el presidente de la empresa pública Aguas del Júcar, creada para la construcción de la conducción de agua para el trasvase del Júcar al Vinalopo, lo que supone unos 45.000 millones más en el presupuesto bajo su responsabilidad. También cuenta entre sus responsabilidades el presupuesto correspondiente del Plan Hidrológico para su zona, que suma unos 300.000 millones de pesetas hasta el 2008, que se destinan a la construcción de embalses, sistemas modernizados de riego para minimizar las pérdidas, canales y otros múltiples proyectos para la gestión del agua.

Naturalmente, lo del Plan Hidrológico que incluye el trasvase del Ebro es una de las cuestiones que salen a relucir, lo mismo que la clásica pregunta de que si lo del trasvase servirá para regar los campos de golf de las nuevas urbanizaciones de lujo de Murcia. «Jaume Matas, como ministro, prohibió expresamente que el agua del Ebro se utilizara para los campos de golf, pero no sólo eso sino que tampoco se puede utilizar para zonas de nuevo cultivo agrario. El agua del Ebro será para el abastecimientos humanos y para el regadío de fincas con tradición. No se utilizará tampoco para la zona de Valencia, porque los de aquí dicen que la del Ebro es agua de peor calidad que la del Júcar y no quieren que se mezcle. Parte del agua del trasvase se utilizará en Castellón y también en la zona de Alicante, que allí sí tienen muchos problemas de sequía».

Casi sin darnos cuenta llegamos a la barrera que cierra la carretera de entrada a la presa de Tous. Desde las alturas, el presidente de la Confederación explica que ésta es la más pequeña de las tres grandes presas del Júcar. Las dos mayores son las de los embalses de cabecera de Alarcón y Contreras. El de Tous, además de la producción eléctrica, está para la contención de las avenidas del agua y la regulación del caudal del suministro. A pesar de lo que dice González Ortea, me asombra la espectacular forma de la presa, que se me antoja como una gran escultura o como una rara pirámide egipcia. Con el ingeniero técnico Pepe Valero recorremos las instalaciones. Primero nos dirigimos a la cúpula, desde donde observamos el espectacular paisaje: aguas arriba, con la confluencia del Júcar y su afluente el Escalona, y aguas abajo, por donde el agua se va entre canales, tuberías y el propio cauce natural, con su caudal ecológico que suele ser menor que el de los canales para el agua de uso.

Bajamos hasta el espectacular puente pasarela acristalado y dispuesto para albergar cualquier acontecimiento, suspendido de la mastodóntica viga de cajón. Después vamos a la zona de desagüe intermedio que se encuentra a 80 metros más abajo, y lo hacemos en el ascensor instalado en la parte central de la torre, compuesta por módulos prefabricados flotantes que no se tocan entre si, de modo que se evitan posibles quiebras en la estructura por el movimiento del terreno. Recorremos parte de los 6 kilómetros de galerías hasta llegar a la cámara de compuertas, que se nos antoja de ciencia ficción. Antes de acceder hasta una de estas compuertas hay que abrir hidráulicamente las tapas de hierro y cristal, de 300 kilos de peso, cuya función principal es evitar la absorción de cualquier cuerpo -personas incluidas- por el efecto de aspiración cuando el caudal de agua que por allí pasa es muy intenso. Por último, vamos al compartimento del túnel de toma y la bifurcación al estanque de regulación y futura central eléctrica.

El regreso a Valencia lo hacemos por Antella, pasando por el canal de servicio (el más antiguo, cuya concesión es de la época del Rei en Jaume) y el azud que actúa de presa de contención y regulación para que el agua prosiga, según la demanda, a s'Albufera.

Pep Roig