Que la Administración de Justicia en nuestro país necesitaba una
urgente reforma era algo más que conocido y exigido por todos y
ayer, por fin, empezó a verse una de las novedades que, si se
cumplen los pronósticos, podrá aligerar el inmenso volumen de
trabajo de los juzgados. Se trata de la puesta en marcha de la ley
de juicios rápidos, que permitirá resolver en cuestión de horas o
días lo que antaño se demoraba meses e incluso años. Palma estrenó
esta nueva modalidad con algunos inconvenientes que, de haber
habido mayor capacidad de previsión, se habrían evitado.
Es algo, la tendencia a la improvisación y a la chapuza, que
suele darse habitualmente en nuestro país y casi la aceptamos como
natural, pero que no debería serlo. Las dependencias donde debían
celebrarse estos juicios todavía están en obras, se produjeron
fallos informáticos en el sistema central de Madrid y se notó
descoordinación entre los efectivos policiales, que entregaron los
atestados fuera del límite horario previsto, problemas que quedarán
resueltos una vez que el modelo haya rodado lo suficiente.
Aun así la medida es positiva, porque ahorrará tiempo a los
profesionales de la justicia y también a los acusados de delitos
penales de poca gravedad. Pese a ello, no todos están conformes con
el planteamiento, ya que, a juicio de algunos implicados, las
garantías procesales no estarán completamente cubiertas con este
sistema. También los sindicatos creen abusivo el aumento de la
jornada laboral de los fucionarios de Justicia para poder hacer
frente al volumen de trabajo. De ser así, una vez más, habrá que
reclamar más medios y presupuesto para un área, la de la Justicia,
fundamental para el normal desarrollo de una sociedad
democrática.
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