Los números no son halagüeños en la economía española. Los
últimos datos del desempleo ofrecen motivo para más de una
preocupación, la incesante llegada de inmigrantes dificulta aún más
la creación de empleo suficiente y estable para todos, los precios
no logran contenerse, especialmente desde la entrada del euro, el
coste de la vivienda se ha desorbitado y los bajos tipos de interés
ponen en un brete a los pequeños inversores.
Todo ello conforma un panorama complicado para cualquier
responsable económico y, a las puertas de unas elecciones, el
discurso puede enconarse todavía más.
En estas circunstancias se ha celebrado un Primero de Mayo
reivindicativo en el que, además de las lógicas demandas laborales
se han colado también las proclamas a favor de la paz y los
eslóganes políticos.
En Palma los sindicatos aprovecharon la nutrida asistencia de
gente a la manifestación y las fiestas posteriores para pedir el
voto para los partidos progresistas, mientras en Madrid el lema
escogido «Por la paz y el empleo» se teñía de sangre al ser
agredido el líder de Comisiones Obreras, José María Fidalgo, por
parte de un grupo de trabajadores de Sintel montados en cólera.
Hubo quien se quejó también de la poca presencia policial en la
capital en una movilización de estas dimensiones, mientras en las
convocatorias contra la guerra el despliegue -y la actuación de las
fuerzas del orden- era notable.
Por lo demás, la jornada transcurrió como suele ocurrir, con
tranquilidad, con las habituales protestas contra la política
económica del Gobierno y con las clásicas reivindicaciones de
siempre: mayor estabilidad en el empleo y mantenimiento de la
cobertura social de la que disfrutamos.
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