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Un grupo de expertos reunido recientemente en Londres ha establecido que el saqueo y la destrucción registrados en los museos iraquíes tras el fin de las hostilidades constituye el peor desastre sufrido por una colección nacional desde la Segunda Guerra Mundial. La pasividad de las tropas norteamericanas llegado el momento de proteger museos y grandes bibliotecas estuvo en el origen de este daño incalculable infligido a un patrimonio que no lo es tan sólo del pueblo iraquí sino de toda la humanidad.

Antiquísimos códices, estatuas, vasijas, papiros y tablas cuneiformes que hablan de un pasado que se remite a miles de años podrían estar en trance de desaparecer para siempre del panorama, cuando no de ser irreversiblemente deterioradas. Urge, pues, llevar a cabo en primer lugar un inventario de todo lo que ha desaparecido y facilitar a las autoridades internacionales su contenido, a fin de que sea decomisada toda obra valiosa que se intente vender, sea cual sea el canal empleado para ello.

La desorientación en lo concerniente al montante real del expolio es tal que se hace necesaria la colaboración de equipos multidisciplinares de arqueólogos, historiadores y especialistas. Es igualmente importante yugular al máximo las posibilidades de que lo robado pueda entrar en los circuitos internacionales bajo mano, por así decirlo. Al efecto, ya se han dado los primeros pasos elevándose una petición al gobierno norteamericano para que vigile las fronteras de Irak e impida la salida de objetos de arte, siendo de esperar que Washington emplee en ello más celo que el mostrado en proteger su robo. También se ha hecho un llamamiento al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a fin de que adopte las medidas oportunas que conduzcan a la prohibición del comercio internacional de obras de arte iraquíes. Voluntad por parte de quiwnes lamentan el expolio no falta; se trataría ahora de que las administraciones y el poder político pusieran en juego la eficacia necesaria para paliar el mal causado.