Estamos conmemorando el Año de los Discapacitados y apenas
ahora, en mayo, empiezan a plantearse propuestas para mejorar la
calidad de vida de un colectivo injustamente olvidado. El Consejo
de Europa va a elaborar antes de fin de año un plan de acción que
favorezca la integración social de las personas que padecen
discapacidades, pero, sorprendente e inexplicablemente, el texto no
será vinculante para los países miembros de la UE.
La principal asignatura pendiente es el acceso al mercado
laboral aunque, cuando hablamos de minusvalías, lo cierto es que
está casi todo por hacer, tanto para quienes las padecen como para
sus familias. Y se trata, además, de una situación que no va a
hacer más que agravarse en la medida en que la esperanza de vida va
creciendo y el colectivo de personas mayores y muy mayores va a
aumentar significativamente en las próximas décadas.
Tal vez la forma de concienciarse de la magnitud del problema
sería intentar vivir un solo día como una de esas personas que van
en silla de ruedas, son ciegas o padecen minusvalías de cualquier
tipo. Los obstáculos a los que se enfrentan de la mañana a la noche
son casi insalvables, por no hablar de la percepción que de ellos
tiene el resto de la sociedad.
Pero no es un problema puntual o aislado. Al contrario, en
Europa conviven 38 millones de personas afectadas por alguna
discapacidad, que se ven discriminados en el empleo, en el
transporte, en la educación, en la capacidad de emparejarse o
formar una familia, en lo económico, en la participación en la
sociedad, en lo sanitario... en fin, que ven cercenadas sus
posibilidades y sus derechos por el mero hecho de padecer alguna
minusvalía, y no debemos olvidar que son ciudadanos como los
demás.
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