Decíamos ayer que días atrás falleció en Palma Bernardo Carlos
Falomir, abuelo de Chenoa, una bellísima persona a quien tuvimos el
gusto de conocer a poco de estar en España (Mallorca), en noviembre
de 2001. Fue una tarde en la que, cogido de la mano de su esposa,
sentado en el sofá del salón, nos confesó que seguía siendo
gardelista, peronista e hincha del Boca Juniors. Por entonces,
Chenoa andaba avanzando por el camino que la llevaría a la fama,
cosa que él nunca dudó que alcanzaría, como así fue.
Ayer a mediodía su cuerpo fue incinerado. Momentos antes, su
viuda, doña Esther, su hija, Patricia, el marido de ésta, Tati, sus
nietos, Chenoa y Sebastián, el novio de aquélla, David Bisbal, y un
reducido grupo de amigos, le rezaron un responso en la capilla del
tanatorio de Son Valentí, en la más estricta intimidad. El finado
contaba 81 años. Tati, el yerno, a media mañana estuvo en el
tanatorio a fin de que todo quedara dispuesto para la hora acordada
para el responso, las 13:30 horas. Consciente de nuestro trabajo,
su predisposición a facilitarnos las cosas fue buena desde el
primer momento. Eso sí, rogó discreción, «sobre todo por ella». Se
refería a su suegra. No dijo si su hija y su novio, los más famosos
de la familia, iban a estar o no en el tanatorio, ni tampoco se lo
preguntamos. ¿Para qué? Si están, seguro que se ven. Como así
fue.
A medida que se iba aproximando la hora, el número de
periodistas y cámaras iba haciéndose mayor frente a la puerta del
tanatorio, a esas horas de la mañana bastante concurrido, pues el
trasiego de gente, entrando o saliendo del mismo, era notable. Los
primeros en llegar fueron Chenoa, David Bisbal, Sebastián y
Patricia, la madre, que es la que había conducido el monovolumen
plateado hasta allí. Mientras ésta se quedaba cerrándolo tras haber
colocado el parasol en el parabrisas delantero, aquéllos, con paso
rápido y esquivando a los fotógrafos y cámaras y mini cámaras de
televisión, cogidos de la mano trataron de ganar el interior del
edificio para entrar en una de sus dependencias donde esperaron.
Sin prisas, Patricia hizo el mismo camino.
Pedro Prieto
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