Aspecto de la playa de Es Trenc a media mañana. Foto: M.A. CAÑELLAS

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Ayer fue el primer domingo de verano y hizo un sol de espanto, apenas podía soportarse el bochorno. De hecho, en el aeropuerto de Palma se batió el récor de temperatura del año, con 37,5 grados. Aún así, nadie se amedrenta ni se queda en casa al amparo de los ventiladores y el aire acondicionado. Basta con echarle un vistazo a la carretera y ver el atasco para darse cuenta de que todo el mundo está dispuesto a disfrutar el comienzo de la nueva y más calurosa estación.

La interminable hilera de coches se pierde al fondo del paisaje, que está sumergido en una franja de luz cegadora que desde cualquier punto del camino parece impenetrable. Los conductores y sus acompañantes se mueren de calor, aunque su objetivo del día les ayuda a conformarse con el pesado trayecto. Después de prácticamente una hora de camino, un desvío tardíamente señalizado alegra los semblantes que ocupan los coches al llegar a este punto.

Por fin, la playa de Es Trenc. El sendero de entrada resulta angosto, intrincado, después de pasar la fábrica de sal y unos cuantos pozos de salitre desolados, con escasa agua y algunos troncos retorcidos, aparece otra pequeña cola de coches saturando el camino. La causa de este nuevo atasco no es sino la entrada del parking de la playa, donde un hombre grueso con la cabeza embutida en una desgastada gorra, nos cobra cinco euros.

M. Garrido Barón