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JAIME MOREDA
La tarde transcurría en Muro con tranquilidad y todo estaba dentro del guión: al término del tercer toro los matadores tenían asegurada la puerta grande a la muerte del tercer astado merced a las dos orejas conseguidas por cada uno de los diestros. El cuarto, segundo del «Cordobés», se fue con las orejas al desolladero y Rivera Ordóñez en el quinto consiguió otro apéndice. Pero todavía quedaba lo mejor y también lo peor.

El sexto de la tarde salió por la puerta de chiqueros y desde el principio se vio que era un gran toro, con muchos pies y derrotando en tablas. Lo recibió Antonio Ferrera con dos largas cambiadas de rodillas y unas verónicas rematadas en los medios con una media de cartel. El picador pasó bastantes apuros a la hora de hacer su trabajo y en el segundo tercio, el diestro de origen ibicenco demostró sus facultades, a pesar del susto tras el segundo par, ya que en un quiebro perdió pie y se cayó en la cara del animal, que lo arrolló de forma espectacular.

La cara ensangrentada del diestro hizo pensar lo peor pero afortunadamente era sangre del toro la que inundaba su rostro. Tras esta paliza, Ferrera aún puso otros dos pares de banderillas. Comenzó la faena de muleta rodilla en tierra y lo más destacable fueron dos tandas de naturales, perfectamente rematadas con el de pecho. El toro era excepcional pero lo que resultó incomprensible y bochornoso fue la actitud del matador, provocando al público para que la presidenta, María Esperanza Rexach, quien hasta entonces había estado excesivamente benevolente, indultara al toro.