Durante los años ochenta, la España política se volvió loca y
ofreció a diestro y siniestro toda clase de escándalos económicos
que acabaron, la mayoría de las veces, con importantes personajes
de la beautiful people entre rejas. La siniestra etapa depelotazo
parecía haber quedado atrás, especialmente desde que el Partido
Popular arrebató el poder al PSOE con una campaña fortísima sobre
la regeneración democrática. Hoy llevamos años contando con los
dedos de una mano los posibles casos de corrupción política en las
altas esferas y eso parecía estar garantizado.
Pero nada más lejos. Eculebrón político vivido en la Comunidad
de Madrid ha dado nuevos argumentos a quienes creían -hay muchos
desilusionados de la política entre el electorado- que la ambición
por el dinero y el poder es lo único que mueve a nuestros
representantes.
Una lástima, porque en verdad lo sucedido en Madrid parece
evidenciar que, desde luego, no es oro todo lo que reluce y que, en
una trama a priori tan compleja como ésa están implicados
responsables de varios partidos, además de empresarios o promotores
urbanísticos, que habrían pagado sus favores.
Habrá que dar tiempo al tiempo para saber exactamente qué ha
ocurrido, pero de momento el peor golpe se lo ha llevado el PSOE,
que consiguió en las pasadas elecciones del 25 de mayo unos
resultados que, unidos a los de IU, le iban a permitir gobernar la
Comunidad de Madrid. Luego vino el escándalo de los tránsfugas, el
desconcierto y una pésima imagen del PSOE ante la opinión
pública.
Y todo ello a menos de una semana de que se produzca el debate
sobre el Estado de la Nación, que enfrentará a un José María Aznar
pletórico con un José Luis Rodríguez Zapatero que si no se saca
algún conejo de la chistera, tendrá que aguantar un buen
chaparrón.
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