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Ciutadella despidió ayer sus fiestas grandes dejando para el recuerdo imágenes inolvidables, como cada año. Al caer la tarde, la belleza, las fascinación y la plasticidad de los juegos de Es Pla envolvieron con su mágico manto la ciudad, provocando un estallido colectivo de emoción vibrante. Es Jocs des Pla de Sant Joan (rompre carotes, córrer abraçats y endevinar s'ensortilla), reminiscencia de los juegos medievales que tomaron gran auge en toda Europa en el siglo XVI, llenaron de contenido estas fiestas únicas e irrepetibles que, con los primeros albores del alba, cerarron la puerta a otro año de vivencias imborrables.

El son detambor i es fabio, verdadera alma de la fiesta, alimentó desde primera hora de la mañana una celebración que, de otra manera, resultaría apagada sin este fondo sonoro permanente e invariable. Grupos de jóvenes siguieron la formación de sa Qualcada, aún siendo sabedores de que aguardaba un día tan agotador como el anterior.

La fiesta, marcada por el momento astrológico del solsticio de verano, escupió a borbotones un carrusel de imágenes que se fueron engrandeciendo con cada detalle: el claroscuro de los mágicos callejones al mediodía, el imbornal de fuego cayendo, a la tarde, sobre Es Born, a la hora de Sa Convidada, los últimos estertores del sol, en el crepúsculo, sobre la arena blanca e impoluta de la colársega.

Carlos Marquès