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Coincidiendo con el final del mes de junio, cuando escuelas y academias echan tradicionalmente el cierre hasta el próximo mes de septiembre, el Centro de Danza Antonio Campins celebró el festival de fin de curso. Era el momento de echar toda la carne en el asador y de mostrar al público, que llenaba la Sala Mozart del Auditòrium de Palma, todos los progresos realizados durante el curso.

Entre bambalinas, los lógicos nervios de último momento, y sobre el escenario, un derroche de estilización, de amor por el detalle, de refinamiento en el movimiento. Alumnos y alumnas mostraron lo que se puede conseguir con constancia, trabajo, esfuerzo e ilusión y, al frente de todos ellos, un Antonio Campins que brillaba de satisfacción. No era para menos. Ayer recibió la recompensa al trabajo de todo un año y, aunque los aplausos eran importantes, quizá lo era más el sentimiento del deber cumplido.

Ahora quedan unas semanas de descanso y a la vuelta del verano, niños y jóvenes retomarán las zapatillas con punta y los maillots para preparar otro curso. El arte del movimiento en su estado puro les reclama.

R.D.