Ayer concluyó el debate sobre el estado de la nación, el último
en el que ha intervenido como presidente del Gobierno José María
Aznar, que recibió una cerrada ovación de los diputados del PP al
abandonar el hemiciclo. Y éste último ha sido el más bronco de los
vividos en los últimos años, con cruces de acusaciones de uno y
otro lado. Más que del estado del país, Aznar convirtió el debate
en un repaso a los siete años de gestión al frente del Ejecutivo,
pero también en un ataque al líder de la oposición, José Luis
Rodríguez Zapatero del que puso en duda su continuidad al frente
del PSOE, con la crisis de Madrid como telón de fondo.
Como no podía ser de otro modo, toda la oposición criticó la
política de Aznar por lo que se refiere al asunto dePrestige y,
como también era más que previsible, también en la polémica postura
del Gobierno español durante toda la crisis de Irak. Frente a esto,
el presidente oponía los logros en materia económica, puestos en
duda por Zapatero; la competitividad, cuestionada también por la
oposición, y los logros en la lucha contra el terrorismo.
Después de la tensión vivida en el hemiciclo de la carrera de
San Jerónimo, queda muy claro que hemos entrado de lleno en período
preelectoral y que todos han comenzado a tomar posiciones. Zapatero
ha abandonado el tono más conciliador de otras ocasiones y ha
plantado cara a Aznar con contundencia.
Pero el presidente del Gobierno también quiere dejar el terreno
abonado para su sucesor, cuestión que todavía es una incógnita por
despejar. A los ciudadanos les queda el regusto amargo de haber
contemplado más una batalla por el poder político que una auténtica
discusión sobre los problemas reales que más les afectan.
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