Una de las primeras medidas del recién constituido nuevo
Gobierno belga fue la de la supresión de la ley de competencia
universal, que permitía a los tribunales de aquel país juzgar
crímenes de guerra y delitos contra la humanidad aunque éstos se
hubieran cometido en cualquier otro Estado del planeta. Esta norma
permitió que Bélgica iniciara la tramitación de denuncias incluso
contra el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld,
entre otras personalidades.
Bien es cierto que las carencias legales y los sistemas
jurídicos vigentes, con limitaciones más que evidentes, han dejado
que muchos crímenes absolutamente execrables quedasen en la más
absoluta impunidad. Precisamente por ello y, después del conflicto
generado a raíz de la detención de Augusto Pinochet en Londres y de
la constitución de un tribunal especial para juzgar los crímenes
cometidos en la antigua Yugoslavia, la comunidad internacional dio
los primeros pasos para la constitución del Tribunal Penal
Internacional. Éste es el organismo que debe ser competente para
juzgar los casos de crímenes contra la humanidad, pero para ello se
requiere del consenso de todos los países. No es aceptable que
desde Estados Unidos se quiera poner límites al mismo para evitar
la comparecencia de sus ciudadanos ante el mismo.
El caso de Bélgica suponía una clara injerencia de un Estado en
asuntos que poco o nada tenían que ver con el mismo, pero era un
resquicio aprovechado para poder poner en evidencia a criminales
que no respondían ante la Justicia en ningún lugar del mundo.
Si se consiguiera que el Tribunal Penal Internacional funcionara
aplicando una legislación aceptada y asumida por todos, esto
supondría un enorme paso adelante que pondría fin a años de
impunidad de personas que deben ser juzgadas por las acciones que
cometieron.
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