Los terroristas de ETA volvieron a atacar ayer de nuevo y lo
hicieron en donde, debido a la época del año en la que nos
encontramos, más daño pueden hacer. Con un doble golpe en hoteles
de Alicante y Benidorm, además de las presumibles víctimas que
podían producirse y que, de hecho, se produjeron, la banda quiere
poner contra las cuerdas al turismo. Para los asesinos, al parecer,
resulta sumamente importante que en el exterior consideren un
peligro viajar a nuestro país. Nada de esto, a estas alturas, puede
ya extrañarnos.
Su único objetivo es la amenaza, la coacción y el asesinato.
Porque es evidente que los heridos más graves del atentado de ayer,
uno de nacionalidad alemana y el otro holandés, no tienen
absolutamente nada que ver con el conflicto vasco o las
consecuencias políticas que de él se derivan. De hecho, no es la
primera vez que ETA quiere conseguir propaganda a nivel
internacional colocando bombas en zonas turísticas.
Ante esto, sólo cabe la unidad de todas las fuerzas políticas no
ya sólo en la condena del atentado, sino en las actuaciones que
deben llevarse a cabo primero para eliminar cualquier posibilidad
de un nuevo crimen y, después, para cortar cualquier posible vía de
financiación o comunicación entre quienes no tienen más finalidad
que imponer sus criterios mediante la violencia.
Naturalmente, para ello es también imprescindible que las
fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cuenten con todo el apoyo
preciso para llevar a cabo su misión con todas las garantías. Por
desgracia la realidad nos demuestra que más allá de las
discrepancias políticas, aún existen quienes no atienden a razones
y cometen todo tipo de atrocidades amparándose en una lucha que
debería circunscribirse al terreno de la palabra.
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