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La muerte de los hijos de Sadam Husein, Uday y Qusay, ha supuesto un cierto respiro para George Bush, que estaba viendo decrecer su popularidad a pasos agigantados desde que finalizara el conflicto. Muchos estadounidenses estaban ya cuestionando la presencia de su Ejército en Irak, puesto que cada día que pasa se producen nuevas bajas y la normalización del país parece cada vez una tarea más compleja y difícil. Incluso en las propias filas de las tropas norteamericanas se dejaba sentir el desánimo y los familiares de los soldados se preguntaban por su regreso, toda vez que éste se había visto aplazado debido a la inestable situación iraquí.

Tras los últimos acontecimientos, el Gobierno de Estados Unidos se muestra más optimista, incluso George Bush afirmaba que la muerte de Uday y Qusay, que habían asumido un importante papel durante los años de gobierno de su padre, demuestra que el régimen de Sadam no va a regresar. Aunque lo cierto es que, pese a ello, los ataques a las tropas norteamericanas han continuado y el restablecimiento de la normalidad parece aún lejano.

Con todo, existen razones más que suficientes para pensar que, a pesar de que la actuación que acabó con la vida de los hijos de Sadam ha supuesto un importante golpe, los focos de resistencia siguen existiendo. Y, lo que es más importante, la solución definitiva del conflicto pasa por una normalización que requiere devolver el poder a los iraquíes. En esa tarea deberían participar de forma activa las Naciones Unidas, pero, hasta el momento, los norteamericanos se han erigido en los únicos responsables de este proceso y eso no parece que vaya a conducirnos a una solución definitiva a corto o medio plazo.