En pleno mes de agosto, cuando los desplazamientos por las
carreteras españolas alcanzan el punto máximo, entendemos que es el
momento oportuno para referirnos a la seguridad-inseguridad que
presenta nuestra red vial. Según un informe elaborado por expertos
de la Comisión Europea, las carreteras españolas son las segundas
más peligrosas del continente, después de las de Grecia.
Algo que convierte en aún más inexplicable el que nuestro
Gobierno no haya llevado a la práctica las iniciales reformas
previstas de la ley de tráfico, cuyo objetivo es yugular la sangría
que anualmente suponen los accidentes en carretera. A finales del
año 2001, España puso en marcha dos iniciativas al respecto: la
citada reforma de la ley de tráfico y la creación de una
subcomisión en el Congreso para estudiar medidas de alcance aún
mayor.
Ha transcurrido poco más de un año y medio, y no se puede decir
que se hayan obtenido frutos de importancia. En primer lugar, las
medidas más signficativas (cursos de reciclaje y retirada
definitiva del carnet cuando se han cometido tres faltas muy graves
en el espacio de dos años) aún no se aplican. Por otra parte, el
Gobierno de Aznar sigue sin aprobar el reglamento que debe
desarrollar la ley; lo que resulta particularmente merecedor de
censura si tenemos en cuenta que la normativa exigía al Ejecutivo
hacerlo a los seis meses de la aprobación del nuevo texto, en
diciembre de 2001.
No puede, pues, dejar de llamar la atención que cuando en el
resto de países europeos -con Francia a la cabeza, medidas
exageradas incluidas como posibilidad de penas de cárcel por exceso
de velocidad- se están agilizando todos los mecanismos legales y
administrativos que conduzcan a solventar parcialmente el problema,
aquí el asunto continúe empantanado.
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