Entre las calas con un acceso más largo e incomódo desde una
población, destaca la de Cala Torta, que dista más de diez
kilómetros de Artà a través de una bacheada carretera que no se ha
asfaltado desde los años 60. Entre las curiosidades «retro» que
aporta cabe destacar, aparte de los socavones parcheados, unos
curiosos neumáticos que a modo de «quitamiedos» eran de rigor en
las curvas de antaño y nos transportan a la época dorada del 600 o
quizás del Biscúter. Asimismo, el último tramo permanece
polvoriento y sin asfaltar, aditivos que por desgracia no disuaden
a los visitantes que aquí se cuentan por centenares pese a ser una
playa virgen, al menos en materia de construcciones.
Tras atravesar los más de doscientos metros de fondo que tiene
la playa divisamos un rústico chiringuito que constituye su único
equipamiento y que al igual que la playa esta saturado. Ésta
resulta peligrosa los días de marejada, aquí frecuente, ya que con
una pendiente pronunciada de más de cuatro grados puede ocurrir que
el oleaje actúe de forma absorbente, haciendo difícil alcanzar de
nuevo la orilla.
A nuestra llegada el mar estaba tranquilo pero decepcionante por
la cantidad de residuos flotantes, como plásticos y partículas de
todo tipo. Una imagen insólita en una playa como ésta, valorada
precisamente por su carácter natural pero no a salvo de los
descerebrados del mar, que no paran de atentar contra el elemento
del cual disfrutan.
Desde Cala Torta tambien podemos llegar a pie por los senderos
de costa o en coche a la más modesta Cala Mitjana y a su vecina
Cala Estreta, angosto entrante rocoso de fondos verde
esmeralda.
Gabriel Alomar (texto y fotos)
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