El verano se suele teñir de azul marino refrescante pero también
de celeste sin ninguna nube blanca que lo rompa. La Isla se vuelca
sobre la costa. Mallorca pasa a estar formada por tan sólo decenas
de kilómetros de litoral. Las playas se convierten en improvisadas
plazas mayores y mercados siempre o casi siempre abarrotados. El
interior deja de existir para muchos, y con él todas las
actividades que en él se realizan.
Sin embargo en Mallorca, durante el verano, también hay bosques
de encinas junto a plantaciones de almendros que recorrer a lomos
de un caballo. Realizar una excursión sobre un corcel por caminos
de tierra es una buena alternativa a deslizarse sobre el mar subido
a una lancha motora. Puede ser que sobre el caballo no nos llegue
la brisa marina, pero sí el aire del campo.
El Club Hípico Son Reus es uno de los centros que organizan este
tipo de actividades y Joaquín Sanz, su director. «Los mallorquines
son los que más se interesan por las excursiones a caballo. Sin
embargo, y ya en verano, sobre todo alemanes y franceses también
vienen a montar», comenta. Las excursiones se organizan en grupos
de cinco o seis personas, lo que permite disfrutar más de la
actividad. Esto es algo que los usuarios suelen agradecer, como es
el caso de la sueca Jenny Balock: «Aquí las excursiones son en
grupos más reducidos. Esto es algo muy positivo porque tienes más
espacio y disfrutas más del campo».
No es necesario ser un experto en eso de la equitación para
disfrutar del recorrido. A nuestra disposición, caballos cruzados
de dos o tres sangres utilizados para dar clases a los niños. En el
club se los ha domado de manera que sean lo más tranquilos
posible.
Sólo un requisito: pantalón largo. Aunque parece algo obvio, son
muchos los que se presentan en bermudas. Ante ello «lo mejor es
decirles que vengan otro día, porque lo van a pasar mal y no quiero
que la gente le coja manía a los caballos», comenta Joaquín. Para
estos recién iniciados, cabe la posibilidad de dar un corto paseo
de cerca de unas dos horas entre los almendros, para pasar
posteriormente por un estanque en el que reposan águilas marinas.
Se va al paso, sin prisas. Tras la plantación de almendros, un
torrente totalmente seco.
La excursión ha empezado a las siete y media de la tarde. El sol
que nos ha envuelto durante todo el día destruyendo cualquier amago
de vitalidad, empieza a dar un poco de cancha. El astro se oculta y
lo hace tras las recortadas formas de la Serra de Tramuntana,
deparando un bonito atardecer.
Estas excursiones cortas son las más demandadas, sin embargo,
Joaquín comenta que «para los más expertos, se ofrece la
posibilidad de hacer excursiones de todo un fin de semana de
duración, a lugares como el Castillo de Alaró o al refugio de
Tossals Verds».
Tras dos horas sin poner los pies en tierra, el grupo baja de
los caballos. Mientras retiran las sillas de montar, Toni
Manzaneres y Alejandro Sainz, dos jóvenes jinetes con cierta
experiencia, afirman que «hacer este tipo de actividades es lo que
más nos gusta. Nos encanta ir por el monte y montar a caballo».
Han sido dos horas para olvidar los gritos de vendedores de
helados anunciando los múltiples sabores que ofrecen. Para borrar
de nuestra mente el dolor sentido al pagar tres euros por el
alquiler de una simple hamaca y el sempiterno olor a crema
protectora. Dos horas en las que se recuerda a muchos kilómetros de
la costa el porqué en algún momento esta fue la Isla de la
calma.
Pau Cavaller
Fotos: Tolo Llabrés
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