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Una vez más el verano trae consigo los apagones, abundando en una «tradición» en contra de la cual hasta ahora han hecho bastante poco las correspondientes administraciones. Bien están los intentos de mentalización de un usuario obligado a moderar el consumo, como también los medianamente eficaces expedientes y posteriores sanciones que recaen sobre las poco previsoras compañías suministradoras de energía eléctrica. Pero lo que parecería más sensato es escuchar las opiniones de los expertos que a estas horas están hablando ya a las claras de la necesidad de replantear la estructura de la red en todo el país, reconocida la inutilidad de seguir manteniendo las mismas políticas energéticas que han desembocado en la lamentable situación actual.

Obviamente, habría que empezar por mejorar el comportamiento térmico de unos edificios, generalmente construidos sin ningún tipo de criterio energético, que en lugar de retener el calor o el frío, permiten su fuga hacia el exterior. Son viviendas o bloques de oficinas, en las que todo se fía al consumo eléctrico desaforado y que fomentan una exagerada demanda. Y junto a ello, sería también obligado el mejorar la capacidad de distribución de las redes, puesto que en ésta y no en la capacidad de generación parece hallarse equid de la cuestión.

Se ha comprobado que los problemas se presentan cuando la correspondiente red de distribución no puede transportar la cantidad de energía necesaria para llevarla a los puntos de consumo. Es de suponer que no se trata de una empresa fácil, pero una sociedad que se presume moderna no debe permitirse un anclaje en el pasado, máxime en lo concerniente a un aspecto de semejante importancia como es el del servicio eléctrico.