La presidencia de Néstor Kirchner en Argentina ha cumplido esos
cien días que se acostumbran a aprovechar para hacer un balance
inicial de una gestión. Y en líneas generales se puede decir que ha
apuntado unas maneras distintas de hacer las cosas que, por fortuna
para su país, le distancian de las empleadas por sus antecesores.
Básicamente, Kirchner ha traído ilusión y seriedad en la forma de
enfocar los graves problemas económicos que la Argentina tiene
planteados, muy alejada de aquellas «alegrías» del pasado reciente,
cuando se recurría de manera irresponsable a las reservas
monetarias para hacer frente a las deudas, o enjugar el déficit.
Pero durante los últimos días un asunto está ensombreciendo ese
prometedor panorama.
Se trata del «impasse» al que se ha llegado en las negociaciones
entre el país y el Fondo Monetario Internacional (FMI) respecto a
las obligaciones que aquél tiene con el organismo económico
internacional. De hecho, los responsables del Gobierno argentino
han optado, de momento, por no pagar la deuda de 2.900 millones de
dólares que el país tiene con el FMI. Arguyen para ello y en primer
lugar que si no se sitúan en un contexto económico que facilite su
desarrollo, en lugar de su asfixia, sus posibilidades de resolver
los problemas que tienen serán nulas. Por otra parte, también
muestran su descontento ante los injustificados cambios de última
hora llevados a cabo por los dirigentes del FMI en la mesa de
negociaciones, especialmente los relativos al establecimiento de la
cifra de superávit fiscal y al ritmo de desembolso de los pagos
pendientes.
Temas en los que se había llegado a un preacuerdo que
posteriormente el FMI deshizo de forma unilateral. Antes de que
pasen los plazos que conducirían a la adopción de severas sanciones
al país, procedería que se actuara con sensatez. Y los responsables
del FMI, que tampoco son del todo ajenos al serio deterioro sufrido
por Argentina en el pasado, deberían empezar por pensar que nadie
va a sacar nada en claro si se vuelve a una situación de
estancamiento económico como la anterior. Y ésa, desde luego, es la
primera carta que debe jugar Kirchner.
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