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A unos veinte minutos de la base «España» -en Kosovo las distancias se miden por tiempo, no por kilómetros- está el valle de Osojane, cuyo color verde frondoso tan propio del verano ha cambiado en unos pocos días al ocre del invierno, a juego con los caminos sin asfaltar, las tierras y las casitas unifamiliares que lo salpican. A la entrada del valle una patrulla española nos da el alto. «Estamos en echeck-point de Suvi Lukavac -nos dice el comandante Pelegrina-. Es para controlar el acceso al valle e impedir acciones ilegales».

Y es que desde siempre en el valle de Osojane han vivido serbios, que huyeron cuando las tropas serbias abandonaron esta región, tras los bombardeos de la OTAN, iniciados el 24 de marzo de 1999 sobre Serbia (y concretamente sobre objetivos de Kosovo) y Montenegro, y que ahora, desde no hace mucho, de acuerdo con la resolución 1244 de Naciones Unidas que garantiza en uno de sus apartados el regreso seguro y libre de todos los refugiados y las personas desplazadas, van regresando. Por su parte, los albano-kosovares que vivían junto con aquellos en esta provincia, y que con anterioridad a esos bombardeos habían escapado, huyendo de la limpieza étnica decretada por Milosevic, volvieron antes que aquellos, (lo cual sucedió una vez que aquél hubiera aceptado el acuerdo de paz propuesto por el Grupo G-8 (3 de junio de 1999) por el que se comprometía a cesar de forma inmediata la violencia y la represión albanesa en la región de Kosovo, así como la retirada de sus fuerzas militares de dicha provincia), y algunos, en venganza, quemaron sus casas y profanaron sus cementerios. Ahora, con las dos etnias conviviendo de nuevo en el mismo territorio, y sobre todo por temor a nuevas represalias, pues no olvidemos que Kosovo es una provincia serbia, aunque administrada por Naciones Unidas, en la que los serbios están en minoría respecto a los albaneses, no ha quedado más remedio que destinar un destacamento español permanente para garantizar la seguridad en ese valle.Tras cruzar el control militar, nos encontramos con casas de ladrillo rojo recién construidas, algunas -la mayoría- todavía no acabadas, entre otras, en ruinas. «Así quedaron después de los saqueos». Unos niños que aparecen por detrás de la casas se acercan a nosotros y nos saludan. El capitán del destacamento español, a quien hemos visto en el puesto de control, nos explica que «ayer, una familia, sin más, decidió quedarse a vivir en la casa». Dicha familia, junto con otras, aguardan a que les entreguen la nueva vivienda en unos contenedores de madera que instaló una ONG danesa junto al colegio del poblado, compuesto por casas reconstruidas, y ocupadas por serbios que regresaron antes de los que ahora viven en dichos barracones. «Cuando la ONU, tras hacerse cargo de la administración de esta provincia, propició el regreso de los serbios, allá por el 2001. Primero llegaba el cabeza de familia para comprobar el estado de la casa, por lo general saqueada por los albaneses; a continuación visitaba el cementerio y comprobar en que estado se encontraba la tumba de sus antepasados, a veces profanada por aquellos. Si tras reconocer su casa en ruinas deseaba volver a vivir en ella, lo decía y una empresa alemana, la THW, la reconstruía. Mientras, o se quedaban a vivir donde se habían refugiado tras haber abandonado el valle, o se venían a vivir a estos barracones, a la espera de que la obra finalizara».
Pedro Prieto