De nuevo el terrorismo integrista ha vuelto a teñir de sangre un
país, en esta ocasión Turquía, que ha visto como dos sinagogas eran
objeto de un doble atentado reivindicado por el Frente de
Combatientes Islámicos del Gran Oriente, un grupo que,
teóricamente, no cuenta con suficiente infraestructura para llevar
a cabo acciones similares si no es con el apoyo de otros que tienen
mayor presencia a nivel internacional.
La barbarie no conoce límites y, por mucho que se nos quiera
vender como una acción en favor del pueblo palestino o como un
medio para «acabar con la opresión de los pueblos musulmanes», en
el fondo sólo se trata de acciones inhumanas que no tienen ningún
sentido. Ese no es el camino. Cebarse con víctimas inocentes es
irracional y salvaje. Y poner permanentemente la espada de Damocles
sobre los judíos es una muestra de racismo exacerbado que habría
que erradicar.
No se puede ocultar que las actuaciones del Gobierno de Ariel
Sharon muchas veces exceden aquello que sería razonable y
ciertamente el Ejército israelí ha provocado asimismo la muerte de
personas inocentes, especialmente niños. Pero el camino de la paz y
el futuro de los pueblos musulmanes no puede correr nunca parejo
con la violencia.
El esfuerzo que hay que realizar para alcanzar la paz
ciertamente es importante, pero esa es la principal tarea que deben
afrontar israelíes y palestinos. Y la comunidad internacional debe
implicarse profundamente para dar lugar a que el diálogo sea la vía
por la que transcurran las relaciones entre unos y otros para
alcanzar el objetivo de la pacificación de la zona. Sólo en un
escenario de paz es posible alcanzar el desarrollo. Decir lo
contrario, como aseguraba el grupo terrorista, es abocar a los
pueblos al caos.
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