«Un buen mozo». Así definiría cualquier dominicano o dominicana
a este hombre cordial con una mirada que parece escudriñar todo su
entorno y que nos recibe en su despacho. A lo largo de nuestra
conversación hizo constantes muestras de su peculiar sentido del
humor -diría que un sentido del humor mediterráneo-caribeño con
toques del mismo mar que baña las costas de su Banyalbufar natal
que, a modo de fotografía, cuelga de una de las paredes de su
despacho.
Su viaje a Dominicana, aunque lo hiciera solo, no fue una
aventura; fue planificado y ordenado. Allí se encontraban dos
hermanos de su madre y varios primos hermanos. La familia había
constituido la Compañía Font y Gamundí en 1918 y cuando él llega
era ya una compañía sólida que se dedicaba, como lo sigue haciendo,
al negocio del arroz, café, cacao.
«Llegué con 17 años, un 14 de agosto. A principios de los años
50 Mallorca no era para nada lo que es hoy y las perspectivas no
eran demasiado atractivas y menos en Banyalbufar, así que opté por
venir a «hacer las Américas».
Cuando rememora su infancia lo hace de forma telegráfica,
«empecé mis estudios en la escuela primaria de Banyalbufar y
posteriormente pasé a los Teatinos, aunque ésa fue la peor época de
mi vida y la recuerdo como un encarcelamiento». Santo Domingo era a
mi llegada una ciudad muy pequeña; yo vivía en la Ciudad Colonial y
rápidamente tuve amistades que me hicieron sentir muy bien porque
me trataban como si fuera conocido de tiempo atrás. No llegué
siquiera a sentir añoranza. Ésa es una de las características de
las gentes de aquí».
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