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A.DICENTA/SANTO DOMINGO
En los últimos quince años la presencia mallorquina en la República Dominicana se ha ido incrementando de forma considerable. El sector turístico ha tenido mucho que ver en ello. Pero hace ya muchos años que los mallorquines tenían su ojo puesto en esa paradisíaca isla caribeña. Juan Alorda, presidente de la Casa de Balears en la República Dominicana, llegó allá hace ahora cerca de cincuenta años...

«Un buen mozo». Así definiría cualquier dominicano o dominicana a este hombre cordial con una mirada que parece escudriñar todo su entorno y que nos recibe en su despacho. A lo largo de nuestra conversación hizo constantes muestras de su peculiar sentido del humor -diría que un sentido del humor mediterráneo-caribeño con toques del mismo mar que baña las costas de su Banyalbufar natal que, a modo de fotografía, cuelga de una de las paredes de su despacho.

Su viaje a Dominicana, aunque lo hiciera solo, no fue una aventura; fue planificado y ordenado. Allí se encontraban dos hermanos de su madre y varios primos hermanos. La familia había constituido la Compañía Font y Gamundí en 1918 y cuando él llega era ya una compañía sólida que se dedicaba, como lo sigue haciendo, al negocio del arroz, café, cacao.

«Llegué con 17 años, un 14 de agosto. A principios de los años 50 Mallorca no era para nada lo que es hoy y las perspectivas no eran demasiado atractivas y menos en Banyalbufar, así que opté por venir a «hacer las Américas».

Cuando rememora su infancia lo hace de forma telegráfica, «empecé mis estudios en la escuela primaria de Banyalbufar y posteriormente pasé a los Teatinos, aunque ésa fue la peor época de mi vida y la recuerdo como un encarcelamiento». Santo Domingo era a mi llegada una ciudad muy pequeña; yo vivía en la Ciudad Colonial y rápidamente tuve amistades que me hicieron sentir muy bien porque me trataban como si fuera conocido de tiempo atrás. No llegué siquiera a sentir añoranza. Ésa es una de las características de las gentes de aquí».