Palma quiere convertirse -según su alcaldesa, Catalina Cirer- en
la ciudad de los negocios, el deporte y la cultura del
Mediterráneo. Casi nada. Y quizá hayan empezado a sentarse las
bases con el anteproyecto de intervención integral de la Platja de
Palma, que han consensuado las Administraciones central y
autonómica y los Ayuntamientos de Ciutat y de Llucmajor.
A nadie se le escapa que s'Arenal requiere ciertos retoques para
convertirse en un centro turístico de vanguardia en el siglo XXI,
pues sus perfiles se proyectaron ya hace décadas y aunque se ha
mejorado su imagen a base de «parches», aún quedan muchos retos por
alcanzar. Y ése es precisamente el objetivo de este proyecto que
las autoridades presentaron ayer y que intentará devolver a la
Platja de Palma el esplendor que vivió entre los años cincuenta y
setenta, cuando fue el epicentro turístico por excelencia.
De ahí que el nuevo plan, que sus redactores consideran
«pionero», plantee novedades atractivas como el tranvía, un
edificio singular -al estilo del Guggenheim bilbaíno-, un cinturón
verde, instalaciones deportivas, campos de golf y un aquarium. Todo
ello, francamente ambicioso, deberá hacerse realidad en un plazo de
diez a quince años y con inversiones de mil millones de euros a
cargo de las arcas públicas y privadas.
Una excelente opción si queremos competir con los otros destinos
del Mediterráneo no en base a bajar los precios, como pretenden
algunos, sino ofreciendo una calidad que pocos pueden permitirse.
Puesto que ya destacamos en profesionalidad y en servicios,
Mallorca, que tanto ha dado a España en dividendos y en imagen,
bien merece una nueva oportunidad para colocarse en la primera
línea de la excelencia turística.
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