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El 95 por ciento de las mujeres asesinadas por sus maridos estaban en trámites de separación o de divorcio, lo que viene a confirmar que la principal causa de la violencia de género es el machismo dominante e irracional. El afán ancestral por poseer a la esposa como quien posee un animal o un esclavo. Una situación que en pleno siglo XXI nos parece no sólo inaceptable, sino increíble, pero que sigue estando en primera línea de la actualidad.

Así las cosas, se comprende que muchas mujeres, demasiadas, estén paralizadas por el terror antes de decidir dar el paso hacia la libertad y la independencia. Por eso son muchas más las que siguen sufriendo en silencio que las que deciden denunciar la violencia a la que se ven sometidas.

Las cifras son escalofriantes y lo son más porque no hablamos de países lejanos o de culturas extrañas: esas mujeres son como nosotros, son nuestras vecinas, familiares nuestras, incluso amigas. Según la estadística, en 2002 cerca de dos millones de españolas sufrieron malos tratos, pero sólo 43.000 los denunciaron, mientras 51 se dejaban la vida en ello. Este año ya son 64.

Se han tomado iniciativas, loables todas, pero la complejidad del problema hace muy difícil alcanzar una efectividad plena. No es la ley, ni el castigo, lo único que conseguirá hacer que el problema retroceda. Es una verdadera revolución educativa y preventiva la que lograría que la imagen de la mujer -hoy dominada por el sexismo que la condiciona como mujer-objeto- cambiara ante los ojos de la sociedad. Pero eso es aún una utopía, pues parecen ser todavía muchos los hombres que ven a sus congéneres del sexo femenino como meros objetos que se poseen, se manipulan y, cuando conviene, se destruyen.