Ramón Reig, secretario de la Sala de lo Contencioso Administrativo
del Tribunal Superior de Justicia de Balears (TSJB), se ha jubilado
tras 45 años de carrera ininterrumpida en el mundo judicial. Su
vasta experiencia ayuda a comprender mejor el desarrollo de la
actividad judicial en las Islas, desde los comienzos titubeantes
hasta los sucesivos cambios de sedes y aumento de la plantilla que
han derivado en lo que es hoy la Justicia en Balears. «Todo
funcionario ha sido tentado en algún momento», explica en la
entrevista cuando aborda el difícil tema de los sobornos. «En mi
vida profesional claro que me han tentado, pero puedo mirar de
frente a cualquiera. Por ello, me voy con la conciencia muy
tranquila» afirma Reig, cuya otra pasión, al margen de los
atestados judiciales, es la pintura.
«Un día se me presentó un señor, en nombre de un tercero»,
recuerda, «y me ofrece un millón de pesetas. Al ver que no aceptaba
me dice que fije la cuantía. ¿Qué tenía que hacer? Una cosa tan
simple como era el de expedir una certificación de nacimiento en el
que figurara dos años menos de la persona cuyo nombre me
facilitaba. No se me ocurrió otra cosa que decirle: '¿Y si se
descubre?'. Me contestó: 'Tú dirás que te has equivocado'. Avisé al
juez a fin de que no recibiera alguna certificación de aquellas
características. Y no sucedió».
Y más intentos de soborno: «Un señor conocido en los ambientes
judiciales y que tenía asuntos bastante a menudo me invita un día a
salir de la oficina con la excusa de tomar café, que gustosamente
acepté. Al salir del centro de trabajo y en medio de la calle me
hace la proposición 'la marca de coche que se te antoje si me
ayudas'. Apelando al humor le contesté: «No lo sabría conducir, yo
provengo del Seat 600». Y apostilla: «Si caes, aunque sea una sola
vez en esta clase trampa, puede uno estar atado a ciertas
circunstancias y en un momento dado tener que obrar contra la
voluntad. Existen muchos casos acaecidos durante casi 45 años de
ejercicio profesional que tal vez nunca salgan a la luz».
Ramón Reig recuerda que cuando empezó (1959) en Palma solo había
dos juzgados de Primera Instancia e Instrucción que estaban
ubicados en San Antoniet, en la calle San Miguel, y dos juzgados
municipales en la calle Sol. «El personal era muy reducido, juez,
secretario, un oficial y agente en los pueblos. Las oposiciones se
convocaban cada cinco años y los exámenes en Madrid, por ello pocos
eran los opositores de la Isla que entraban en el organigrama
judicial, aparte de que los sueldos eran bajísimos y sólo habían
aumentos cada cierto tiempo, no de forma anual como ocurre
ahora».
«Mi primer contacto con la oficina judicial», añade, «fue en el
juzgado comarcal de Pollença, en 1959, como oficial. El trabajo era
mínimo, la gente no pleiteaba y las cuantías también eran de poca
monta. Las entradas de registro, por norma, lo solicitaba la
Guardia Civil, generalmente, en aquellos era por contrabando. En
Pollença, dónde se asentaba gente extranjera, y alguien se
suicidaba, comparecían ciertas personas solicitando una pequeña
parte de la pieza de convicción, causa de la muerte violenta, más
apreciados cuando la causa lo era por ahorcamiento. Al principio
intentaban comprar la cuerda, y ante la negativa se conformaban con
un pequeño trozo. Al preguntarles el motivo contestaban que con
ello se hacían colgantes de 'la buena suerte'».
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.