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España vuelve a sentir el zarpazo de la violencia desatada en Irak. Esta vez ha sido un destacado miembro de la Guardia Civil, el comandante Gonzalo Pérez García, que recibió un disparo en la cabeza cuando participaba en una operación antiterrorista al sur de Diwaniya, donde ejercía como jefe de seguridad de la brigada «Plus Ultra II». Esta nueva víctima española de la complicada situación iraquí devuelve a la primera línea de la actualidad el debate sobre la conveniencia de permanecer en un país convertido en un polvorín.

A pesar de las numerosas críticas a esta situación lanzadas por la oposición, el PSOE ya ha anunciado que es partidario de continuar allí siempre que sea la ONU quien tome las riendas del futuro iraquí.

No es fácil, realmente, vislumbrar cuál debe ser el camino a seguir en una posguerra que al parecer las tropas aliadas no tenían tan bien prevista como la guerra. El resultado es un país caótico en el que ha quedado desmantelada la antigua policía y el antiguo ejército de Sadam Husein, lo que abona el terreno a células terroristas y a grupos de delincuentes comunes.

Ahora, mientras se prepara el camino para devolver el poder a los iraquíes, es precisamente tarea de los españoles entrenar a nuevos agentes autóctonos. Pero no es labor de un día. Probablemente pasarán años antes de que Irak pueda retomar una normalidad plena. Entre tanto es preciso estar ahí, respaldar los procesos de modernización del país y, sobre todo, apoyar a la población civil, que sufre las consecuencias de la oscura era de Husein y de la guerra. Y eso es justamente lo que Gonzalo Pérez García estaba haciendo en Irak y lo que todavía hacen sus compañeros de la Guardia Civil y del Ejército español.