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La Organización de Naciones Unidas (ONU) ha denunciado la «grave crisis alimentaria» por la que atraviesa Corea del Norte, después de que se viera interrumpido el suministro de raciones de comida a seis millones y medio de norcoreanos. En febrero y marzo, la ONU sólo podrá alimentar a 100.000 personas (entre ellas 75.000 embarazadas y 8.000 huérfanos), según anunció ayer un representante del Programa Mundial de Alimentos. Mientras, el país continúa con sus planes de desarrollo de un programa nuclear condenado por la mayor parte de la comunidad internacional y que le ha llevado a algún que otro incremento de la tensión con Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, erigidos éstos últimos más que nunca en gendarme del planeta desde que asumiera la presidencia George W. Bush. En un mundo en el que las diferencias son tan notables, donde la miseria de muchos Estados contrasta con la opulencia de otros, en el que se invierte más en armas que en programas sociales, no sorprende que existan este tipo de situaciones, aunque desde todos los gobiernos, desde todas las instituciones, debería lucharse por erradicar la pobreza.

El caso de Corea del Norte, separada de su hermana del sur por culpa de la Guerra Fría, es especialmente sangrante. Escenario en el que son pisoteados los derechos humanos, se ve abocada ahora a una más que presumible hambruna. La crisis nuclear, realmente una bravuconada, hizo que EEUU, Japón y Corea del Sur interrumpieran el suministro de ayudas. Ése no es tampoco el camino. Debería separarse lo que es la necesaria ayuda humanitaria de otro tipo de contribuciones. No es posible que paguen los platos rotos de un pulso innecesario quienes menos tienen y pueden abocándolos a un incierto destino.