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Prácticamente han coincidido en el tiempo el informe anual de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) y un pronunciamiento del secretario general de la ONU, Kofi Annan, en torno a la cuestión de la inmigración que llega a la Unión Europea. Pero ésa ha sido la única coincidencia, ya que mientras el informe de la FIDH denuncia el endurecimiento de las políticas de inmigración y asilo de distintos países europeos, las palabras de Kofi Annan se dirigen a unos gobernantes continentales en un intento por convencerles de que la inmigración es la solución y no el problema. Europa pretende cerrarse a la inmigración, y así encontramos en Francia la restrictiva «ley Sarkozy», en el Reino Unido un proyecto de legislación que limitará la llegada de inmigrantes, y en Alemania unos datos escalofriantes que establecen que a finales de 2003, un 67% de peticiones de asilo han sido rechazadas. Se está dando una peligrosa merma de libertades en lo concerniente a la inmigración que persigue un objetivo no declarado, pero tan evidente como es el cierre de fronteras, que está en franca contradicción no sólo con los convenios internacionales, sino con los principios mismos de la Unión Europea. «Los inmigrantes necesitan a Europa, pero Europa necesita también a los inmigrantes; una Europa encerrada en sí misma sería una Europa más mezquina, más pobre, más débil y más vieja, mientras que una Europa abierta será una Europa más justa, más rica, más fuerte y más joven». Las palabras del secretario general de la ONU conforman una llamada a esa sensatez que debería correr pareja con el signo de estos tiempos. Ni torpes racismos, ni criminalizaciones absurdas. Una Europa capaz de brindar hoy grandes oportunidades está obligada a abrirse a quienes a ella llegan buscando trabajo y no beneficencia. Resultaría no sólo insolidario sino también perjudicial el no ver las cosas desde este punto de vista.