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Un año más nos vemos obligados a recordar una fecha como hoy, Día de la Mujer Trabajadora, porque, desgraciadamente, todavía quedan muchos motivos para conmemorarlo. Y pocos positivos, francamente. Si ya han quedado atrás los tiempos en que un empresario era capaz de quemar vivas a sus operarias porque se atrevían a pedir una reducción de la jornada laboral -hecho que motivó el nacimiento de esta efeméride-, la situación en el mundo no es mucho mejor a día de hoy.

Mujeres condenadas a morir a pedradas en países musulmanes, violaciones y abusos por doquier, malos tratos y asesinatos... por hablar sólo de lo más terrible. Porque aquí y ahora otro tipo de discriminación, más callada, más sutil, sigue produciéndose. Son esas viejas costumbres de tratar a la mujer como a un ser inferior, de sobrevalorar su aspecto físico frente a los demás, la diferencia palpable de salarios, la poca confianza en ellas a la hora de ascender a según qué escalafones profesionales...

En fin, una retahíla de detalles, de datos, que configuran un panorama desolador. Está claro que en este nuevo siglo el estatus alcanzado por algunas féminas -en el conjunto del planeta las cosas pintan bastante peor- está provocando una reacción en cadena que nadie era capaz de predecir. Mientras algunos varones se sienten, simplemente, abrumados o aturdidos por el poder logrado por las mujeres -jamás visto antes en la historia-, otros han decidido detener este proceso a golpe de sangre. La realidad es siempre más brutal que la ficción, y en pleno 2004, para muchas mujeres la vida se asemeja a la más oscura época medieval que a lo que todos esperábamos en la era del progreso y el bienestar en la que estamos.