Dos emboscadas en menos de 24 horas. Es el último balance de
guerra de los soldados españoles destacados en Irak. Porque si bien
la guerra oficialmente terminó hace mucho, lo que ahora mismo se
está viviendo en aquella región es lo más parecido a una contienda.
Esta vez el resultado han sido seis muertos iraquíes, que vienen a
unirse a las otras dos víctimas mortales de la víspera.
Y todo ello se produce mientras se está procediendo ya al
desmantelamiento de las bases españolas en el país, por orden del
presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El
cumplimiento de esa promesa electoral está respaldado por tres de
cada cuatro españoles, según revelan las encuestas, lo que
demuestra que no sólo los simpatizantes del socialismo están de
acuerdo en que vuelvan a casa nuestros militares desplazados, que
se enfrentan a diario no a la regularidad de un ejército nacional,
sino a la locura de unos extremistas religiosos capaces de todo.
Aunque el porcentaje es llamativo, está lejos de aquel 90 por
ciento de ciudadanos que se mostraron en su día contrarios a la
participación de nuestro país en la guerra.
Lo cierto es que dadas las circunstancias no parece mucho lo que
los soldados pueden hacer en Irak, convertido ya en sede de toda
clase de mafias y grupos terroristas dispuestos a hacer saltar por
los aires los planes de democratizar el país y dotarlo de
instituciones y fuerzas de seguridad. Quizá sea el momento de que
la ONU se pronuncie y empiece a mover ficha para intervenir en tan
delicado asunto. Mientras, la diplomacia española trata de hacer
comprender la postura del nuevo Gobierno para evitar la sensación
de que nuestro país ha cedido al chantaje del terrorismo islámico y
«abandona» a los iraquíes a su suerte.
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