Aunque con una frialdad pasmosa por parte de la ciudadanía, ha
comenzado la campaña electoral para los comicios europeos que se
celebran dentro de quince días. A la tradicional pegada de carteles
se suceden los mítines y las intervenciones televisivas de los
candidatos, aunque con escasa repercusión en los medios y en la
gente.
Porque Europa, para la mayoría de nosotros, sigue siendo algo
ajeno e incluso lejano, una suerte de superestructura enorme, de
presupuesto infinito y con poco claras funciones. Ahora que la
Unión Europea se enfrenta a uno de sus momentos más cruciales, con
la ampliación a 25 países y la próxima aprobación de la
Constitución que la va a regir, seguimos pensando que acudir a las
urnas para elegir a nuestros representantes allí es casi un
esfuerzo.
No es que seamos euroescépticos, porque la mayoría se considera
parte de Europa, lo que ocurre es que el Consejo Europeo y su
Parlamento siguen siendo unos desconocidos. Ojalá que los
anunciados debates televisivos entre los candidatos ayuden a que
los ciudadanos comprendamos un poco más qué nos estamos jugando en
estas elecciones.
De lo contrario, la abstención volverá a ser la reina de la
fiesta y no es éste un buen momento para ello. Claro que los
mensajes que lanzan los principales candidatos, Josep Borrell por
el Partido Socialista, y Jaime Mayor Oreja por el Popular, no están
siendo muy convincentes. Al plantear el debate electoral en
términos domésticos aparcan el asunto central, que no es otro que
Europa y el papel que España debe jugar allí. Lo otro, o sea,
pretender hacer de estas elecciones una segunda vuelta de las
generales de marzo pasado, es una estupidez fuera de lugar que no
conduce más que a la confusión.
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