Hay un nivel de desarrollo más allá del puramente económico,
sobre todo si tenemos en cuenta que la riqueza material la
disfrutan siempre unos pocos, mientras el resto, la enorme mayoría
de ciudadanos, son quienes trabajan para crear esa prosperidad de
la que sólo se reparte el sobrante. De ahí que, aparte del índice
de renta per cápita que solemos utilizar como vara de medir, se nos
haga llegar ahora otro planteamiendo: el índice de desarrollo
humano, que se obtiene sopesando indicadores como la salud, la tasa
de alfabetización, el nivel educativo y el Producto Interior
Bruto.
Pues nosotros, que estábamos orgullosos de ser una de las
regiones más ricas de Europa, quedamos bastante mal parados según
esos indicadores. Nada menos que por debajo de la media española y
superando únicamente en Europa a países tradicionalmente atrasados,
como Grecia y Portugal.
Desde siempre hemos sabido que uno de nuestros lastres es el
fracaso escolar, elevadísimo, pero es que además resulta que
nuestra salud es peor que la del resto del país. Un verdadero jarro
de agua fría que nos recuerda datos tan clarificadores como éstos:
el salario de la mujer sigue estando en el 75 por ciento del de su
compañero varón, aunque la tasa de población activa femenina es más
elevada que en el resto del país; en los últimos veinte años ha
disminuido la tasa de pobreza en las Islas, aunque también tenemos
menor esperanza de vida que la media española.
Son detalles que nos hablan de una realidad distinta a la que
suelen «vender» los políticos. Aquí se vive bien, por supuesto,
pero todavía quedan enormes campos en los que mejorar,
especialmente en lo que atañe a la población más vulnerable, como
pueden ser los enfermos, los ancianos, los marginados, los
pobres...
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