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Es la mejor Constitución posible para la Unión Europea? Bueno, pues de momento es la que hay, a la espera de que el viejo continente alcance, paradójicamente, mayoría de edad política y diplomática ante unos Estados Unidos que realmente están unidos. Por lo demás, la aprobación -aún pendiente de ratificación- del texto constitucional europeo ha de ser útil para facilitar la gobernabilidad de un conglomerado de 25 Estados, cuyos ciudadanos deben entender que el derecho comunitario, el de todos, está por encima de los intereses nacionales.

Superadas torpes reticencias, debidas en buena parte a la mala gestión de la última presidencia italiana, y a la insolidaria oposición del Gobierno Aznar, la recién nacida Constitución está llamada a impulsar el proceso de integración del continente. En lo concerniente a los intereses españoles, y absurdas demagogias aparte orquestadas por un PP que ni comió antes ni ahora quiere dejar comer, algo está más que medianamente claro: nuestro país ganará unos cinco diputados y, por añadidura, verá reforzado su peso en el seno de una UE para la que la actitud obstruccionista de Aznar se había convertido en una casi inexplicable rémora.

España ha sabido defender correctamente sus intereses por la vía más razonable, la del diálogo y la aproximación de posturas, lejos de aquel pasado vetar por vetar, por sistema, que nos alejó del centro de gravedad europeo. En suma, una negociación positiva que aun sin ser perfecta en todos sus términos, devuelve a nuestro país la presencia real en los centros de decisión continentales a la que nunca debió renunciar.