El pasado fin de semana Catherine Zeta Jones estuvo en s'Estaca
con su marido y sus dos hijos. El domingo a media tarde voló hacia
París, donde el lunes asistió a un desfile de moda de Versace.
Luego se fue a Roma, a seguir rodando la película, y se supone que
el viernes estará de regreso en la Isla para disfrutar con los
suyos dos días. El domingo, vuelta a empezar, y así hasta que
acaben las vacaciones su esposo e hijos. Mientras, Michael y los
niños se lo pasan lo mejor que pueden, y más cuando desde hace dos
días está con ellos Cameron, el primogénito, habido en su
matrimonio con Diandra, que dicho sea de paso puede dejarse caer
por esos pagos a partir del 15 de julio, fecha en que da comienzo
su período de disfrute, por espacio de seis meses, de la finca.
Volviendo a Cameron, les cuento que la última vez que le vimos en
Mallorca fue hace cuatro años, dos días después de que naciera
Dylan. Llegó acompañado de una chica, su novia según se dijo, una
joven que estuvo siempre muy pendiente de él. Por entonces, a
Cameron le pirraba la música (nos consta que le sigue
entusiasmando), y quería ser Dj. Había pinchado ya en discotecas de
Nueva York y ahora pretendía hacerlo en BCM, cuya cabina le
impresionó mucho, por lo completa y complicada que era. Realmente
no sabemos cómo le fue aquella experiencia en la disco de Magaluf,
pero lo cierto es que no se comentó mucho.
Ahora Cameron ha regresado a Mallorca, también acompañado por
una bella moza, de pelo de color castaño. No sabríamos decir si es
la de la otra vez, aunque si tomamos como referente su anatomía,
desde luego bastante más exuberante que la de aquella, no hay la
menor duda de que es otra. Al margen de todo esto, Cameron regresa
a Mallorca con una película en su haber, la primera, creemos, pero
una película importante, porque aparte de ser su estreno
cinematográfico, lo hace al lado de su padre y abuelo, Michael y
Kirk, sin duda alguna la asignatura pendiente -ya no- de los
Douglas. Pues bien, en lo que Zeta está fuera, a Michael le toca
hacer de padre. Y no lo hace mal, no, como pudimos apreciar una vez
más. Sucedió ayer a mediodía, en Cala Deià, donde estuvieron
almorzando. Los cuatro, además de las nurses de los más pequeños.
Cerquita del mar, y al amparo de un sombrajo, observamos a Michael
desenvolverse muy bien como padre. Había que verle, ¡con qué
cariño! tenía a su hija más pequeña (Carys) en brazos y jugaba con
ella amorosamente. Imágenes como ésa, al igual que la que le
tomamos hace años, a poco de instalarse en s'Estaca, en calzón
corto tirando de una carretilla cargada de tochos con los que
pretendía reconstruir una pared que se había caído, muestran el
lado desconocido del actor y del hombre de negocios que a diario
debe debatirse contra manadas de tiburones urbanos, y que tampoco
nada tiene que ver con esa otra que estamos acostumbrados a ver,
casi siempre glamurosa, y más cuando lleva a su lado a su estupenda
esposa, que tanto le ha hecho rejuvenecer. Por otra parte, las
veces que le hemos podido observar sin que él supiera que lo
hacíamos, se le veía relajado. Entre que los negocios marchan bien,
al igual que ha sabido reconstruir una familia, en la que elementos
de la anterior han congeniado con los que acaban de llegar -y no
nos referimos únicamente a lo bien que se llevan los hermanastros
entre sí, sino a que, por lo visto, el joven Cameron congenia muy
bien con Zeta madre-, y entre que ya se ha quitado de encima el
lastre de Costa Nord, a nada que pone los pies en la Isla parece
otro hombre.
Ese día, por la noche, Michael, Cameron y su novia estuvieron
cenando en un restaurante de sa Rapita, adonde llegaron en coche
con chófer -seguramente por aquello de si bebes no conduzcas-,
donde también se les vio muy felices y relajados. Por lo dicho,
porque aquí se sienten como en ningún lado.
Pedro Prieto
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