A día de hoy, una vez finalizadas las sesiones de la comisión
parlamentaria de investigación de los atentados del 11-M, que se
reanudarán en septiembre, seguimos sin saber prácticamente nada
nuevo. Una de las intervenciones más esperadas, la del ex ministro
de Interior Àngel Acebes, pasó con algo de alboroto pero con pocas
novedades. Fue una comparecencia larguísima, de diez horas, que
aparte de dejar exhaustos a unos y a otros, ofreció poca tajada
informativa.
El que fuera ministro en aquellos días infaustos declaró una y
otra vez lo que ya ha repetido hasta la saciedad, que sigue
pensando que ETA podría haber estado detrás de la matanza. Una idea
que prácticamente nadie comparte ya, pero que le sirve muy bien
como colchón protector, pues Acebes insiste en que jamás
mintió.
Así las cosas, el ex ministro alega torticeras estrategias
electorales de la entonces oposición para conseguir lo que horas
después quedó materializado: el vuelco en las urnas. De esta forma,
el anterior Gobierno sigue pensando que los brutales atentados se
produjeron precisamente en esa fecha para incidir en las elecciones
y que, por eso mismo, alguien como ETA tenía que estar detrás.
Con estos datos y con esta interpretación de los hechos, los
ciudadanos seguimos atónitos el devenir de la investigación. Poco o
nada se ha aclarado sobre el confuso papel de los confidentes de la
policía y de la Guardia Civil; menos todavía sobre las tácticas de
los servicios secretos para detectar un movimiento terrorista de
esa magnitud; sorprende la aparición, ahora, de ese segundo coche
implicado en la matanza. Y sorprende todavía más, e indigna, que
los máximos responsables políticos parezcan estar enzarzados en una
batalla partidista dejando en segundo término el esclarecimiento de
los hechos.
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